VIII

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Cumpliendo lo dicho, en la próxima clase Lauren me entrega la lista de materiales. Con la misma sobriedad me explica a medida que va avanzando la clase las cosas en las que puedo estar perdida con respecto a los demás, aunque algunas se me escapan de todas formas y pienso que ya las iré aprendiendo sobre la marcha. Es tan escueta conmigo que se me hace extraño. Ya me había hecho a la idea de que la relación profesora-alumna prácticamente había terminado para ambas, y en algún momento eso me hizo sentirme absurdamente esperanzada por lo que podría ser el principio de una relación tal vez algo más familiar. Ahora estamos de nuevo las dos entre las mismas cuatro paredes. Está claro que no tiene nada que ver un ambiente con el otro, pero no puedo evitar sentirme confusa respecto a todo.

Llega la hora de pintar. Veo cómo todos se yerguen en el asiento y empiezan a usar los pinceles con soltura. Lauren me ha prestado materiales de la escuela hasta que tenga los míos, y los miro con atención. Imito la postura de los demás y cojo un pincel con los dedos ligeramente temblorosos. Estamos trabajando el volumen y debemos usar como modelo objetos inanimados que tengamos delante, así que analizo el mío con la mirada antes de empezar a manchar el lienzo.

Lauren se pasea despacio entre los atriles, parándose a observar cada uno de ellos, y doy gracias por haberme sentado en la parte de atrás del aula. Me concentro en el movimiento de mi mano, pero cada golpe de sus tacones contra el suelo me suena como un reloj que marca una cuenta atrás y, mientras más se acerca, más nerviosa me pongo. Respiro hondo. No seas absurda, me digo.

Escucho su voz, tranquila y suave, dando consejos a algún que otro alumno para después proseguir su camino, hasta que llega a mí. Sigo pintando como si ella no estuviera allí, aunque la tensión me hace dar pinceladas más bastas.

– Una mochila... Buena elección, aunque puede resultarte algo difícil para ser la primera vez –comenta con el mismo tono de voz, que se camufla en el agradable silencio de la clase–. Estás muy tensa.

La miro sin saber qué hacer. Si supiera que ella es la culpable...

– Tienes que relajarte. Suelta el pincel –me dice y obedezco–. Relaja los brazos y las manos.

Acto seguido sacude un poco los brazos como muestra y la imito. Ella asiente y dejo caer los hombros.

– Bien.

Reanudo mi trabajo sintiendo su mirada a mi espalda. Trazo un par de pinceladas y lo cierto es que, aunque intento disimular, sigo igual de nerviosa. Entonces noto movimiento detrás de mí y una mano de Lauren envuelve suavemente la mía con la que estoy sosteniendo el pincel, haciendo que mi corazón dé un salto. Su piel es cálida y me cuesta controlar el temblor de mis dedos. Ella comienza a guiarme conduciendo mi mano, y el pincel se desliza sutilmente por el lienzo, casi con musicalidad. Por unos momentos me siento en el cielo.

– Así... –dice casi en un susurro, y está tan cerca que me parece percibir el olor de su champú.

Cuando suelta mi mano, ya no tiemblo. Ésta sigue el ritmo de las pinceladas como si aún estuviera siendo guiada y noto cerca de mi hombro un asentimiento de aprobación. La miro por primera vez y hay una leve sonrisa en sus labios. Me mira y sonrío. En parte como señal de agradecimiento y en parte porque el torbellino que tengo dentro del pecho no me deja hacer otra cosa.

Se aleja con un suave carraspeo y continúa su inspección por los demás atriles.

Esta vez la clase se me hace corta. Me pongo el abrigo y veo a Lauren muy ocupada recogiendo el material. No parece tener intención de conversar con nadie así que decido que no tiene sentido esperar más y me dirijo a la puerta.

– Adiós, profe –me despido, y no sé si volver a tratarla como profesora me gusta o no.

– Adiós, Camila.

*

A la mañana siguiente voy a la escuela de dibujo donde he realizado el curso intensivo a recoger el título. Aunque sea una tontería y sólo me haya costado tres meses de mi vida me hace ilusión tener algo que diga que hago dibujos decentes.

Una vez lo tengo entre mis manos me dirijo a la salida y veo en la puerta un cartel. Normalmente los ignoro pero he visto dos o tres desde que he entrado así que decido echarle un vistazo. Al parecer la escuela va a organizar por tercer año consecutivo una exposición con trabajos de los alumnos que quieran apuntarse, donde el público podrá comprarlos y los beneficios irán para el autor.

Prosigo mi camino hacia la calle pero tras un par de metros me lo pienso y deshago mis pasos. ¿Por qué no? Tal vez, siendo optimistas, alguien vea mis dibujos y le gusten, tal vez sea una oportunidad.

Pregunto sobre ello en secretaría y me indican que apunte mi nombre en la lista, en la que ya hay algunos. Después de que me expliquen las condiciones y todo lo que debo saber me marcho.

La exposición es el mes que viene, por Navidad. Tengo tres semanas para entregar un máximo de seis dibujos.

Cuando llego a casa ya tengo decidido que voy a entregar tres trabajos de los que hice durante el curso y otros tres nuevos, porque las musas llaman a mi puerta y estoy rebosante de inspiración, así que esa misma tarde me pongo manos a la obra.

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now