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Ha llegado el día y, como desastre que soy, estoy llegando tarde a mi propia exposición. Ni siquiera la emoción ha evitado que me retrase.

Entro al centro cultural y enseguida me contagio del ambiente relajado que lo envuelve. Ya han permitido el acceso al público y hay más gente de la que esperaba para ser tan temprano. Sin embargo compruebo, al pasearme por la galería como una espectadora más, que se han presentado menos dibujos de los que creía. Aun así, todos son muy buenos y me detengo un rato enfrente de cada uno de ellos para apreciarlos. Tengo curiosidad por saber dónde han colocado los míos y de qué forma, pero tampoco tengo prisa así que me tomo mi tiempo para contemplar los trabajos de mis compañeros.

Sólo los pasos, calmosos y pausados, perturban el silencio que reina en la sala y eso me gusta. También se escuchan conversaciones en voz baja, pero muchas de las personas parecen venir sin compañía y se limitan a mirar las láminas.

Me gusta observar a la gente a mi alrededor en situaciones como esa, así que lo hago durante más tiempo del que soy consciente. Personas adultas, jóvenes, alumnos de la escuela a los que reconozco y que saludo con un gesto, incluso un hombre mayor que parece haber entrado sólo para ocupar su mañana en algo.

Han decorado parte de la sala con adornos navideños; no son muy llamativos pero me hacen preguntarme una vez más el porqué de ese afán por decorarlo absolutamente todo en esas fechas. No es que me disguste la Navidad pero tampoco me entusiasma.

Sí me gusta en cambio el frío y los abrigos, y esa sala está repleta de ellos. La mayoría lo lleva en la mano, pero otras personas, como una mujer que está de cara a la pared admirando algunas de las obras, decide mantenerlo puesto. Al principio no entiendo por qué ese abrigo reclama mi atención, pero después, al analizar a la mujer de espaldas, caigo en que tanto por el abrigo largo, como por las botas altas, como por el pelo suelto, me resulta familiar porque me recuerda a Lauren.

Me centro de nuevo en las paredes y sigo avanzando por ellas, intentando no volver a desconcentrarme con estupideces. ¿Es posible que esté tan obsesionada como para que cada mujer que veo me recuerde a ella? Empieza a frustrarme la situación.

Me quedo absorta con una lámina en la que hay representado un rostro masculino, a decir verdad muy logrado. Cada pelo de la barba es perfecto y casi se puede extraer la psicología del retratado a través de sus ojos.

– ¿Camila?

La voz me estruja el estómago, me sería imposible no reconocerla. Pero no puede ser, ¿qué hace aquí?

Me giro y ahí está ella, en el mismo sitio que hace unos momentos, escudriñándome con la mirada. Una sonrisa planea por sus labios como si tuviera vida propia.

– ¿Qué haces aquí? –preguntamos a la vez, aunque no con el mismo tono; ella movida por la curiosidad y mi voz cargada de asombro y algo más.

A Lauren se le escapa una risa casi silenciosa ante nuestra coincidencia y yo sonrío nerviosa. Voy a contestar cuando me doy cuenta de que no quiero hacerlo. Mientras discuto mentalmente una respuesta, ella es la primera en contestar a su propia pregunta.

– Tuve un alumno que estudió en esta escuela y el primer año que organizaron esta exposición me pidió que viniese a verla –explica–. Me gustó y desde entonces vengo cada año.

Asiento con la cabeza tratando de parecer natural y ella hace una pausa que, al no ver rellenada por mí, rompe.

– ¿Y tú?

Me da la sensación de que hay algo en su mirada que se me escapa.

– Ah, también vengo sólo a mirar...

Ahora asiente despacio, mirándome fijamente como si pudiese ver a través de mí. Tanto que me incomoda y decido apartar la mirada hacia la pared para ver lo que ella tan concentrada llevaba rato observando.

Pero casi me incomoda aún más la segunda opción. Cuando veo que son mis dibujos siento que el corazón se me va a salir galopando del pecho en cualquier momento, y no sé cómo volver a mirarla así que no lo hago.

– Son buenos, ¿verdad? –me pregunta, a lo que respondo con un encogimiento de hombros desinteresado.

– Supongo.

– ¿Supones?

Aunque no la estoy mirando, puedo apreciar en su voz que está sonriendo.

– Los he visto mejores.

– Mira éste. –Señala con el dedo mi dibujo, o debería decir su dibujo, en el que sale representada con los ojos cerrados–. ¿No crees que transmite muchas cosas? Esa cualidad suele atribuirse a la mirada. En ocasiones de forma errónea. Aquí, por ejemplo, transmite mucho más el gesto, la postura, la escena, que si los ojos estuvieran abiertos. –Hace una pausa y señala otro en el que una mujer está sentada en una cafetería leyendo un libro. Me preocupa menos que se reconozca en ése porque el pelo oculta por completo su rostro–. Éste me parece muy bonito.

Estoy tan tensa que siento ganas de salir corriendo. Consigo mirarla y ella está escrutando el dibujo con los ojos ligeramente entrecerrados. Me mira entonces y sonríe sin mudar demasiado su expresión.

– Hay alumnos muy talentosos aquí –declara al fin, y respiro un poco más tranquila.

– Es cierto –contesto echando un vistazo a mi alrededor como constatándolo.

Con la primera excusa que se me ocurre consigo escabullirme de allí y, aunque finjo seguir mirando el resto de las láminas, en realidad Lauren acapara toda mi atención. La observo en la distancia y me pregunto qué será lo que realmente está pensando al mirar mis dibujos. Aún noto el rubor en mis mejillas y tengo una amalgama de sentimientos, tan revueltos y contrarios que ni siquiera sé diferenciar.

Esa misma tarde vendrán mis padres a ver la exposición, según hemos hablado, así que decido irme para pasar el día con ellos. Seguro que me viene bien. Y, con un poco de suerte, apartaré de mi cabeza esos pronósticos nefastos que empiezo a imaginar.

*

En efecto la tarde transcurre bastante bien, y no puede terminar mejor cuando al final del día la escuela me informa de que se han vendido cinco de mis láminas. Al escucharlo siento que no quepo en mí de júbilo; realmente había puesto en ese proyecto menos esperanzas de las que me gustaría reconocer. Pero ha tenido éxito, y eso me ayuda a olvidarme de todo lo demás.

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now