XXXIII

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Pasado más de un mes después de aquella tarde en un banco cualquiera de una plaza cualquiera, una señora con mirada de superioridad y espalda recta irrumpe en la clase en lugar de Lauren. Me resulta fastidiosa desde el principio por culpa de la maraña de pensamientos que he conseguido ordenar en los últimos días, desde mi encuentro con Lauren un par de clases atrás. Aparentemente no fue diferente a los demás, yo llegaba pronto, ella llegó un poco después. No sé si era demasiado temprano o si todos se habían puesto de acuerdo para llegar tarde ese día, pero el caso era que sólo estábamos nosotras. Lauren me miró nada más entrar por la puerta, echó después un vistazo a su alrededor para comprobar que el aula estaba vacía y me sonrió a modo de saludo, primero una sonrisa evasiva, después, al llegar a su mesa y dejar sobre ella su maletín, gesto que tengo aprendido de memoria, una sonrisa directa, a la que yo respondí de inmediato de la misma forma. Qué tal, me preguntó, y yo contesté lo de siempre, que bien, pero qué tal de verdad, me dijo entonces, y aprecié en su rostro una suave sonrisa que me llegó cálida, aunque no sé si era esa su intención. No supe qué decir. Me limité a encogerme de hombros y ella bajó la mirada aunque sin deshacerse de su sonrisa, como si tuviera asumido que ella era en gran parte la razón de mi gesto. Le pregunté qué tal estaba ella, algo que no me había atrevido a hacer desde que empezamos a fingir evitarnos, y ella asintió, dedicándome una sonrisa tranquilizadora que causó efecto en la curva de mis labios. En ese instante la gente empezó a llegar y no volvimos a hablar en todo el día, aunque me sirvió para pensar y llegar a la conclusión de que no podía soportarlo más.

Por eso, sin darme cuenta, observo con rechazo a la mujer que acaba de entrar en clase y nos mira con la boca entreabierta, como esperando a estar segura de que tiene nuestra atención antes de hablar. Entonces nos cuenta que Lauren no va a poder venir, y que tampoco nos molestemos en venir el próximo día. Unas pinzas invisibles me pellizcan el estómago y me siento incapaz de preguntar nada hasta que se va pero, minutos después, consigo despertar y me levanto con el propósito de alcanzar a la mujer.

Cuando salgo cargada con mis cosas la veo a punto de desaparecer por el pasillo y la sigo apresuradamente llamando su atención. Ella se gira cuando llego a su lado.

– Perdone, ¿por qué no puede venir? –pregunto a bocajarro.

La mujer me lanza una mirada de desaprobación.

– Está en el hospital –contesta secamente.

– ¿Qué le ha pasado? –pregunto con un hilo de voz.

– Se ha caído, según tengo entendido. No ha dado detalles –parece escupir las palabras cuestionando mi derecho a hacer tales preguntas, pero me importa poco.

– ¿Puede decirme en qué hospital está?

– ¿Disculpa? –pregunta levantando una ceja.

– Por favor –ruego con cierta brusquedad; empiezan a molestarme sus aires de grandeza.

– ¿Quién quiere saberlo? –insiste con un toque de desprecio.

– Soy una alumna suya, nos conocemos desde hace años. Sólo quiero ver que está bien.

Sus diminutos ojos me escrutan por encima de las gafas con resignación.

***

Llego al hospital con el corazón en un puño y, tras preguntar por su habitación, recorro los pasillos obligándome a estar tranquila. Cuando llego a la puerta me fijo en que ésta se encuentra abierta y una voz al otro lado me hace ralentizar mis pasos antes de llegar. Me asomo y, al ver la situación, los hombros se me relajan y expulso de golpe todo el aire que he estado reteniendo sin darme cuenta.

– ¿No pueden quitarme ya todos estos cables?

Lauren está tumbada en la camilla señalando su cuerpo con fastidio y la imagen me arranca una sonrisa. Sería raro que no estuviera quejándose. Tiene buen aspecto y me acerco a ella despacio mientras la enfermera está terminando de comprobar el suero.

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now