XXII

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Ese viernes llego a la academia antes de la hora. Sólo ha pasado un día pero me ha dado tiempo a darle vueltas a la cabeza mil veces y no puedo esperar a ver a Lauren para quedarme tranquila.

Dinah también ha llegado antes y se encuentra en el pasillo hablando con Shawn. En cuanto me ve me saluda y me siento extraña porque no estoy acostumbrada a llevarme con compañeros pero también me siento bien, por el mismo motivo. Le devuelvo el saludo y me apoyo en la pared, frente a la puerta de la clase cerrada, a esperar. Poco después Dinah se acerca.

– Ey –me dice con una sonrisa–. Vamos a ir a tomar algo después de la clase, ¿te apuntas?

Sus grandes ojos risueños parecen no admitir un no por respuesta y, aunque me da un poco de vergüenza, me doy una oportunidad y sonrío.

– Claro –contesto.

– Genial –dice ella, para apoyarse después en la misma pared que yo.

Eso me dice que tiene intención de mantener una conversación así que dirijo una fugaz mirada al principio del pasillo esperando que llegue Lauren y, al verlo vacío, me dirijo de nuevo a Dinah, quien acaba de empezar a hablar.

Se la ve una chica sociable y extrovertida y me gusta su espontaneidad, pero no puedo prestar el cien por cien de mi atención a sus palabras porque mi cabeza está en otra parte, así que acabo interviniendo sólo con escuetas respuestas.

Dejo de escucharla completamente cuando el sonido de unos tacones viaja hasta mis oídos y me giro buscando su origen con la mirada. Sin embargo, no suenan a Lauren. Aparece por las escaleras una mujer a la que he visto un par de veces en secretaría y la decepción se materializa en un sólido peso que me aplasta los hombros. Llega a nuestra altura y nos explica que Lauren también estará ausente hoy, mientras nos abre la clase y los alumnos empiezan a entrar con parsimonia, ocupando sus asientos y charlando. Soy la única que no se ha movido.

Me parece casi alarmante la manera en la que todos continúan con sus vidas sin pestañear, mientras que yo creo haber olvidado que mi cuerpo necesita oxígeno. Me doy cuenta de que también soy la única que permanece con el abrigo puesto y la mochila a la espalda y me acerco a Dinah.

– Oye, tengo que irme.

– ¿No vienes luego entonces?

– Otro día mejor –contesto intentando sonar convincente.

– Claro, te tomo la palabra –responde ella alegremente.

Le sonrío como despedida y me marcho.

Salgo de la academia con grandes zancadas. No sé si estoy haciendo lo correcto o si mi cabeza está sacando las cosas de quicio, pero sí sé que no voy a poder respirar tranquila hasta que lo compruebe y que, si soy la única que puede hacer algo, lo voy a hacer.

Llego a la cafetería con los pulmones en la garganta y me asomo desde fuera a través de los ventanales. Ahueco las manos por encima de mis cejas para eliminar el reflejo del cristal y busco su mesa de siempre, pero está vacía. Tampoco a su alrededor la veo así que mi escrutinio dura poco. Sin pensarlo dos veces tomo el camino hasta su casa.

Alguien está saliendo del portal justo cuando llego por lo que aligero el paso para aprovechar la puerta abierta. Pulso repetidas veces el botón del ascensor como si así las puertas fueran a cerrarse más deprisa y espero las cinco plantas más eternas de mi vida.

Cuando me encuentro frente a su puerta me entra el pánico. ¿Y si me he tomado demasiada confianza yendo hasta allí? ¿Y si se arrepiente de haberme pedido que la acompañase a casa aquella noche porque ahora sé dónde vive? ¿Y si está bien y me ve como una paranoica? Aun así no puedo arriesgarme, así que reúno el valor para llamar con los nudillos. Me parece mejor opción que hacer sonar el timbre.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora