XL

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– ¿Estás mejor? –le pregunto cuando observo que su cuerpo ha dejado de temblar.

Lauren dice que sí con la cabeza, aunque sabe que me va a costar creerla. Se remueve en el asiento antes de levantarse con movimientos torpes y me aparto para facilitárselo.

– Estoy cansada –dice sin mirarme–. Creo que voy a dormir.

Contesto con un inútil asentimiento de cabeza y me pongo en pie después de ella, observando, sin saber bien qué hacer, cómo coloca los almohadones del sofá, lo que acabo interpretado como una forma de rehuir mi mirada.

– ¿Quieres que me vaya? –pregunto al comprenderlo.

Ella tarda un rato en mirarme, pero finalmente lo hace y me fijo en que, por una vez, las cosas dentro de su cabeza no parecen estar tan claras.

– No me molestaría –agrego.

Casi puedo ver sus muelas mordisqueando el interior de sus mofletes al otro lado de sus labios apretados.

– Necesito pensar –se limita a responder.

Aunque esperaba una respuesta similar, no puedo evitar escuchar un chasquido, como de cristales rotos, dentro de mi pecho. Asiento de nuevo en un intento por camuflarlo y trato de dedicarle una sonrisa que resulta truncada en una mueca breve y temblorosa. De inmediato recojo mis cosas y me pongo la chaqueta, sin darme tiempo a mí misma de escuchar mis propios pensamientos. Por algún motivo me cuesta soportar su mirada. Me acompaña a la puerta con pasos inseguros; parece que a ambas nos queman los ojos de la otra.

Antes de cerrar la puerta conmigo al otro lado, Lauren me dedica una sonrisa, frágil, de despedida, de disculpa, y yo se la devuelvo, sincera, comprensiva, piadosa, porque mi deseo de que ella esté bien está por encima de lo mal que pueda sentirme conmigo misma.

– Buenas noches.

– Que descanses, Camila.

Necesito pensar. Cualquier otra respuesta, cualquier otra forma de ordenar las palabras en una frase, me hubiera dado menos miedo.

***

Ese viernes Lauren no se presenta en clase por motivos laborales, según la secretaria de la academia. Deduzco que alguna reunión importante del instituto o un claustro de profesores. En parte, la noticia me alivia, aunque la razón no es otra que mis propios miedos internos.

Aun así, decido quedarme y paso las dos horas de clase con Dinah y Shawn, quienes me proponen salir esa noche y me prohíben rechazar el plan. El tiempo se me pasa volando entre brochas y risas con ellos dos; Shawn tiene la gran habilidad de hacer reír a la gente y lo agradezco. Además, nunca antes he podido fijarme tan detalladamente en su forma de pintar, en las ideas retorcidas que llenan de bocetos sus cuadernos y la complicidad entre su creatividad y la de Dinah.

Horas más tarde estamos en un pub de la periferia del barrio, con algunas copas vaciadas y música envolvente. Esta vez nos acompaña un amigo de Shawn que vive por la zona y al que yo no he conocido hasta ahora. No sé su nombre, porque sólo he escuchado referirse a él mediante el Argentino. El misterio del origen de su apodo se resuelve en cuanto le oigo hablar.

– Vos sos nueva –me dice con una voz menos grave y ronca de la que se espera de un físico como el suyo.

Si bien no es el más alto, nos supera a todos en edad, aunque no acierto a adivinarla. Tiene los ojos grandes y un cuerpo forjado en el deporte que viste con ropas oscuras, sin el menor deseo de exhibirlo. Aun así, tiene la pinta de los tipos que aparentan más sensatez de la que tienen.

Aunque no ha sido una pregunta, contesto afirmativamente con una sonrisa de compromiso.

– ¿Cuál es tu nombre? –me pregunta mientras el camarero deja su copa sobre la barra.

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now