XXXVIII

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Saludo a Dinah al llegar a clase. Hace tiempo que no salimos porque su abuela enfermó y va todas las noches a verla después de clase. Shawn también me saluda con un gesto y, desde mi asiento, miro hacia la puerta. No sé por qué lo hago; si Lauren aparece lo último que quiero es que me vea. Aun así, soy incapaz de apartar la vista hasta que, después de cada vuelco que me da el estómago con cada alumno que llega, entra ella.

Creí que no iba a tardar ni un segundo en desviar los ojos, pero me resulta imposible. Camina mirando al suelo, con el maletín en una mano y el abrigo doblado en la otra, y lo único en lo que puedo pensar es en lo especialmente guapa que viene. Un pensamiento infundado, pues no lleva nada fuera de sus habituales faldas que siempre conjuntan con algún otro detalle de su vestuario. Esta vez la falda es roja, al igual que sus pendientes y sus zapatos, y una camiseta blanca de cuello alto se le ajusta al busto. Lleva el cabello hacia un lado ocultando el lugar donde debería estar la herida y, aunque rota la simetría de su pelo acostumbrado a ser dividido en dos, toda ella es como un cuadro perfecto.

Cuando deja las cosas en su mesa alza la mirada, pero siempre esquivando la mía. Me lo tomo como un reto y me paso la clase tratando de hacer coincidir el camino de nuestras pupilas. Mientras estoy pintando, levanto la vista del lienzo y la sorprendo bajando la mirada rápidamente y concentrándose en los papeles que tiene en la mano mientras mordisquea un bolígrafo, gesto que tan aprendido tengo desde el instituto.

Al final de la clase, mi propósito de conseguir que me mire se desvanece con mi valentía y me precipito a la puerta con la única meta en mente de huir de allí. Por suerte o por desgracia, su voz pronunciando mi nombre trunca mis planes. Me giro dispuesta a enfrentar su mirada pero ni siquiera en ese momento me mira. Se limita a ordenar los mismos papeles sobre la mesa.

– Ayúdame a bajar esto, ¿quieres? –me pide con una voz desprovista de emoción.

Asiento inútilmente porque no me está viendo y me acerco a su mesa. Junto a ella, en el suelo, hay un montón de lienzos colocados unos sobre otros y los observo mientras la gente va dejando el aula vacía. Cuando nos encontramos solas, ella coge algunos de los lienzos y me pide que lleve los demás. Al salir, la espero mientras cierra la puerta y caminamos en silencio, aún sin mirarnos la una a la otra.

– Quería comentarte una cosa –dice de repente, haciéndome sentir un repentino sudor frío por la nuca.

La miro y, por fin, gira la cabeza dejándome ver sus ojos verdes oscuros. Sonríe levemente y por primera vez me planteo que no haya visto la nota que dejé en su mesa.

– El instituto ha programado un viaje con una clase. Es en un pueblo cercano, habrá pinturas en cuevas, visitaremos ruinas y algún museo. Será como un paseo por la historia del arte español –hace una pausa y yo no sé con qué cara mirarla después de los últimos acontecimientos–. Las profes que vamos somos Allyson y yo, porque son muy pocos alumnos. Es una excursión opcional, sólo pasaríamos un par de noches fuera, así que el director nos ha dicho que podemos llevar a alguien más. Ally lleva a su hijo –se encoge de hombros antes de seguir– y yo he pensado que quizás te pudiera interesar a ti.

– ¿En serio? –tartamudeo–. ¿Puedo ir?

– Si te apetece, sí –contesta sonriéndome otra vez–. Te lo he dicho con poca antelación, pero no creo que haya ningún problema.

– ¿Cuándo es?

– Dentro de una semana. ¿Podrás hablarlo con tus padres?

Asiento repetidamente con la cabeza con más emoción de la que pretendía exteriorizar y llegamos al cuartito en el que ya estuve una vez. Abre la puerta mientras yo le doy vueltas al motivo por el cual podría ofrecerme algo así obviando todo lo demás. Lauren entorna la puerta para colocar los lienzos en el hueco que hay detrás de ésta y yo la imito, observándola de reojo. Cuando estoy convencida de que el papel no llegó a sus manos por algún motivo, ella rompe el hielo que se ha formado de nuevo entre nosotras.

– Vi tu nota –dice con un tono de voz perfectamente situado entre el alto y el bajo. Mi cuerpo se pone en tensión de repente y ella reúne por fin el valor de mirarme a los ojos–. Siento todo lo que pasó. ¿De verdad te dije que te... besaría al día siguiente?

Asiento con la cabeza y puedo ver el rubor en sus ojos.

– Porque yo te lo pedí –confieso.

– ¿Qué?

Me encojo de hombros, roja de vergüenza, y sigo colocando los lienzos sin mirarla.

– Te pedí que lo hicieras si aún querías, pero estando sobria.

Me ha imitado y estamos las dos ordenando los trabajos, aunque sabemos que ya están más que en su sitio.

– Ah –se limita a decir, y continúa colocándolo todo.

Me arrepiento al instante de haberme sincerado y me dedico a castigarme mentalmente a mí misma por ello, porque tenía que haber pensado antes de hablar, porque decir la verdad lo estropea todo, porque ya nada va a ser igual entre nosotras por mi culpa. Pero antes de que pueda seguir torturándome, dejo de escuchar movimiento por su parte y yo también interrumpo mi labor, tan confundida como llevo desde que he llegado a la academia.

No me da tiempo a encontrarme con su mirada porque, sin previo aviso, Lauren franquea de un solo paso la distancia que nos separa, se eleva sobre sus puntillas y me besa. Se me para el corazón por unos segundos que me parecen días y me planteo estar soñando, pero lo cierto es que nunca antes he sentido nada tan real. Lauren, la mujer que ha sido una diosa para mí durante años, está besándome. Siento que cientos de rayos de luz salen disparados en todas direcciones del contacto de nuestros labios y comprendo que, después de haberlos probado, ya no podré vivir sin ellos.

Se separa retirando la mano de mi nuca y la miro sintiendo que he perdido la capacidad de reaccionar.

– No me gusta romper mis promesas –dice con una voz que ahora más que nunca encuentro extremadamente sexy.

Ni siquiera me esfuerzo en ordenar las palabras dentro del caos en el que se ha convertido mi cabeza para darle una respuesta, sino que, sin saber de dónde saco el valor para hacerlo, llevo las manos a ambos lados de su cara sosteniéndola delicadamente y esta vez soy yo la que junta nuestros labios. Siento multiplicada por dos la misma sensación electrizante y cuando me parece que el ambiente ha subido un par de grados la puerta se abre de repente, obligándonos a alejarnos la una de la otra lo más rápido posible.

– Perdonad, pensé que no había nadie –dice una mujer que identifico como una de las conserjes, asomándose por el hueco de la puerta–. ¿Cierras tú entonces? –pregunta dirigiéndose a Lauren.

– Eh, sí –contesta ella notablemente inquieta aunque manteniendo la compostura–. Ya nos íbamos.

La sigo cuando sale del cuarto mientras la conserje asiente con una sonrisa afable y se aparta. Lauren cierra la puerta con la llave mientras yo no puedo hacer otra cosa que observarla con cientos de hormigas haciéndome cosquillas en el estómago. Aún puedo sentir el espectro de sus labios sobre los míos y me los humedezco con la punta de la lengua de forma inconsciente.

La mujer espera pacientemente unos metros por detrás de nosotras en el pasillo a que Lauren le entregue las llaves y me sonríe forzosamemte cuando la miro. Murmura un gracias una vez se las da y Lauren, al darse cuenta de que la conserje sigue observándonos de reojo, carraspea y adopta un tono profesional.

– Gracias por ayudarme a bajar los lienzos, Camila, ya puedes irte –dice alzando la vista hasta mí sólo al final de la frase y lanzándome una mirada demostrativa que comprendo al instante.

– De nada, profe –respondo con una pizca de diversión.

Se le escapa una sonrisa irónica y se la devuelvo, como dos niños que juegan secretamente a un juego que sólo ellos entienden. Paso por delante de ella en dirección a la salida y me marcho bajo la inquisitoria mirada de la conserje.

*****
Ya tenía ganas de publicar este capítulo jsjsjs

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now