VI

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Durante los días posteriores leo mucho y pienso más. Después de darle mil vueltas, la idea de ir a las clases de pintura de Lauren se me hace cada vez más interesante y empieza a costarme centrarme en la parte negativa. La verdad es que me resulta emocionante pensar en ello. Ser aprendiz de una mujer a la que admiro tanto me hace considerarme realmente afortunada.

En pocos días termino de leer el libro y escribo un correo a Lauren. Ella vuelve a contestarme a horas poco decentes y no puedo evitar volver a sentir curiosidad. Pero enseguida lo dejo de lado.

Quedamos después de clase a las puertas del instituto y ella aparece puntual con una de sus faldas que ya conozco. Me dedica una sonrisa radiante, como siempre, aunque no paso por alto sus ojeras y el cansancio de sus ojos.

–¡Camila, cuánto tiempo! ¿Qué es de ti? –bromea entre risas–. Por lo que veo has devorado el libro.

Asiento felizmente y lo busco en mi mochila.

–Me ha encantado –admito tendiéndoselo.

Ella lo recoge con una sonrisa.

–Me alegro mucho –contesta–. Ya lo comentaremos.

–Cuando quieras.

Lauren no deja de mostrar sus perfectos dientes y es imposible no contagiarse de su sonrisa. Se coloca un mechón de su pelo detrás de la oreja.

–Por cierto, ¿has pensado algo de las clases? –me pregunta con una expresión de interés mezclada con algo más que no sé discernir.

Estaba esperando esa pregunta y ahora que la ha formulado, teniéndola ante mí, con esa sonrisa, con esa mirada atravesándome, de pronto dudo de todo. Ella eleva las cejas interrogante y yo reacciono.

–Eh, bueno... –O reacciono a medias–. No sé...

–Bueno –me interrumpe–, no hace falta que me contestes ahora. Espera.

Junto los labios de nuevo y la observo mientras rebusca algo con mucho empeño dentro de su maletín. Poco después saca una hoja de papel cualquiera y un bolígrafo.

–Date la vuelta –me ordena.

Yo obedezco, dándole la espalda, y noto cómo sus manos se apoyan en mí. No puedo evitar ponerme nerviosa ante cualquier forma de contacto con Lauren y me siento estúpida por ello.

–Quieta.

Siento el movimiento del bolígrafo deslizándose por el papel sobre mi espalda y, unos segundos después, me veo liberada de esa ligera presión.

–Ya está –anuncia antes de que me gire para quedar de nuevo frente a ella–, te lo he apuntado todo. Lunes, miércoles y viernes. Dos horas. La dirección está aquí. –Señala la última frase siguiendo la horizontal con el dedo y me ofrece el papel–. Si al final decides ir, allí estaré.

Cojo la hoja de papel con cierto titubeo y ella me guiña un ojo. Yo me derrito un poco.

–Espero verte –me dice como despedida y echa a andar, no sin antes lanzarme una mirada cómplice.

*

Cuando llego a casa considero su oferta. ¿Por qué me he echado atrás cuando la tenía delante? ¿Cómo puede una mujer desatar todo este caos dentro de mí? Creí que quería ir a las clases, y de pronto todo se convirtió en incertidumbre.

Es miércoles así que esa misma tarde Lauren estará dando clases en la academia. Pero yo estoy hecha un lío así que dejo pasar la ocasión.

Tampoco el viernes tengo nada en claro, y no es hasta el lunes que, tras pasarme toda la mañana con el papel delante de mis narices deleitándome con la caligrafía de Lauren, saco las fuerzas para decirme sí y darme por fin esa oportunidad.

Armada de valor emprendo el camino siguiendo las indicaciones escritas en la hoja y llego a las puertas de la academia temblando. El edificio se alza ante mí, imponente, y decido no mirarlo demasiado. Subo las escaleras hasta la primera planta y busco la clase. Pero cuando la encuentro, me quedo clavada frente a la puerta. Está cerrada y miro el reloj; como de costumbre llego tarde. Me da vergüenza interrumpir y de repente todo pasa a parecerme mala idea.

Considero la opción de abandonar ese lugar pero entonces escucho la voz de Lauren al otro lado de la puerta. Poco a poco la idea de irme se va disipando de mi mente hasta que me parece imposible hacerlo. Su voz es como la melodía del flautista de Hammelín y yo soy una insignificante rata guiada por el impulso de seguirla.

Así, abro la puerta con decisión y a mi alrededor se forma una nube de silencio. Lauren se interrumpe y mira hacia la puerta. Al verme tarda un segundo en adornar su rostro sorprendido con una sonrisa.

–Hola, Camila.

–Hola –contesto devolviéndole una tímida sonrisa.

–Pasa, siéntate donde quieras –dice señalando el aula con un amplio gesto.

Asiento una vez y busco un sitio. Es cierto lo que me dijo respecto al grupo; hay personas de varias edades distintas y todos me miran con curiosidad, aunque tampoco dura mucho y lo agradezco. Camino hacia la parte de atrás de la clase, sorteando cada atril, y escucho cómo Lauren prosigue con su explicación, lo cual me da tranquilidad.

Me gusta el olor a pintura que está por todas partes y estar sentada escuchando la voz de Lauren me produce nostalgia a la par que un cosquilleo de emoción en el estómago. Puede que al fin y al cabo todo vaya a ir bien.

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now