XXIII

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Al principio Lauren se resiste y no hace más que quitarle importancia, pero lo achaco a que aún le dura el miedo del encuentro y no quiere salir a la calle, así que me ofrezco a acompañarla. Inicialmente también se niega alegando que no puede quitarme tiempo a mí, pero después actúa como la mujer sensata que es y acaba cediendo.

Cogemos un taxi hasta el hospital y una vez allí no tardan mucho en atenderla. Antes de entrar la noto nerviosa y le dedico una sonrisa tranquilizadora. Ella me la devuelve justo antes de que un enfermero diga su nombre.

Doy por hecho que va a entrar ella sola pero el hombre nos pide a las dos que le sigamos y, como parece llevar prisa, no me da tiempo a objetar nada. Tampoco a Lauren parece importarle así que caminamos en silencio por el pasillo hasta llegar a la consulta. Allí, nos hacen sentarnos y Lauren explica que ha sufrido un robo con agresión. Yo guardo silencio.

Una hora después le han realizado pruebas como una radiografía y una exploración para la cual la han derivado a ginecología en el propio hospital, y poco después se reúnen con nosotras para informar de los resultados.

– Bueno, Lauren –empieza el doctor acomodándose en el asiento y sosteniendo la radiografía frente a él–. Tiene una costilla fracturada. Es bastante leve, hemos comprobado que no ha dañado ninguno de los órganos así que no tendrá problemas en curarse por su cuenta. Eso sí, es importante que tenga a alguien que le ayude en casa y con los cuidados, sobre todo los primeros días. Puede ser su hija perfectamente –añade señalándome, y que haya dado por sentado que soy su hija me duele como mil alfileres en el corazón, pero nadie le contradice.

El doctor comienza a explicarle en qué consiste el tratamiento y yo escucho atentamente. Me imaginaba el resultado y conozco algunos de los cuidados que debe llevar a cabo pero, aun así, memorizo cada uno de ellos. Guardar reposo, evitar movimientos bruscos, aplicar compresas heladas durante veinte minutos cada hora para aliviar el dolor y la hinchazón, etc.

– También es recomendable que duerma bocarriba; si es de las personas que dan muchas vueltas por las noches puede ayudarle dormir cerca de su marido o de una persona que evite que se mueva demasiado. –Lanzo una mirada a Lauren, quien escucha en silencio sin inmutarse ante la mención a su marido–. Ahora le recetaré los medicamentos y antinflamatorios para sobrellevar el dolor del traumatismo, y tengo que vendarle la zona –dice haciendo un gesto para que Lauren se levante.

– Tenía entendido que el vendaje era peor –intervengo por primera vez.

– Lo es si se prolonga, pero yo sólo lo mando para los primeros dos o tres días –me contesta con una sonrisa algo forzada.

Se la lleva de nuevo detrás de la cortina y, un rato después, sale seguido de Lauren, que está terminando de abrocharse los botones de la blusa.

– Otra cosa más –menciona al tiempo que rellena una receta médica–. También hemos visto un pequeño desgarro vaginal.

Algo se me estruja por dentro tan fuerte que temo no volver a respirar y rezo por haber escuchado mal, pero no es así y Lauren está esquivando mi mirada. Eso no me lo esperaba. No sólo la había golpeado sino que también la había forzado sexualmente. Las lágrimas amenazan con hacer acto de presencia en mis ojos.

– También voy a recetarle algo para eso, además de la abstinencia por un tiempo, pero escuche –dice esta vez poniéndose serio y levantando la vista del papel–; si ha sufrido o está sufriendo algún tipo de maltrato, dígalo. Hemos visto moratones y marcas en su cuerpo que nos parecen signos de ello así que, por favor, si necesita ayuda sólo pídala, ¿de acuerdo?

Lauren asiente con la cabeza y cambia de tema tan bruscamente que su naturalidad para evadirse me resulta escalofriante.

– Vivo sola, ¿hay alguna forma de que pueda llevar el tratamiento sin depender de nadie?

– Lo mejor es que llame a algún familiar o amigo –contesta él con firmeza.

Poco después estamos saliendo del hospital. Francamente me hubiera gustado que, si al equipo médico le ha parecido que Lauren presenta signos de maltrato, hubiera hecho algo al respecto más que recordarle que pida ayuda si la necesita. Tal vez estoy indignada en ese aspecto porque me hubiera gustado que hicieran algo más de lo que yo sentía que podía hacer, que me ayudasen a ayudarla. Pero sigo sintiéndome igual de insegura.

Es tarde y esperamos el taxi en silencio. Lauren no ha dicho ni una palabra desde que hemos abandonado el hospital y apenas ha correspondido a alguna de mis miradas. No puedo quitarme de la cabeza las palabras del doctor y me siento una completa inútil.

El viaje en taxi también es silencioso. Ella se dedica a mirar a través del cristal, pensativa y yo a observarla a ella de vez en cuando. Nos deja frente a su portal y allí se dirige a mí por fin.

– Gracias por acompañarme –dice y, a pesar de todo, me dedica una de las sonrisas más sinceras que he visto–. Y, bueno, por todo en general.

Asiento con la cabeza devolviéndole la sonrisa.

– ¿Tienes a alguien que pueda venir a ayudarte? –le pregunto, pues me da la sensación de que no se va a molestar siquiera en llamar a nadie.

Ella esboza una sonrisa de lado.

– Ya me apaño yo –contesta como si no hubiera más que hablar.

– Pero Lauren –protesto–, ya has oído al médico...

Ella me interrumpe agitando las manos.

– Brad tenía las costillas débiles, por culpa de su enfermedad, y se las fracturó varias veces. Yo era la que le cuidaba así que sé lo que tengo que hacer, no tienes de qué preocuparte.

– Pues sí me preocupo –contesto provocando que las comisuras de sus labios se curven ligeramente–. Que sepas lo que hay que hacer no significa que puedas hacerlo sola. Llama a alguien, por favor.

Enseguida me doy cuenta de que he sonado como si me apropiase de una autoridad que no tengo, pero ella simplemente me mira; al principio una mirada firme, después algo enternecida, hasta que al final se rinde sacudiendo la cabeza y se le escapa una sonrisa.

– ¿Y a quién llamo, Camila? – Me dice con cansancio; no es una pregunta que espere una respuesta por mi parte–. ¿Cómo se lo explico? "Hola, sé que no hablamos mucho pero ¿te acuerdas de Brad? Bueno, resulta que me ha roto una costilla así que ¿podrías venir a mi casa ahora, a las...–se interrumpe para mirar el reloj– nueve de la noche para...?"

– Vale, lo pillo –digo cortando su interpretación con un gesto.

Ella me mira con una débil sonrisa y la cabeza ladeada, como esperando que le dé la razón, como esperando que admita que está sola. Pero no lo está.

– Yo podría quedarme –digo con más seguridad de la que esperaba.

– No –contesta sacudiendo la cabeza como si hubiera dicho una insensatez–. No, ni hablar.

– ¿Por qué no?

– Porque... –gesticula como si fuera algo demasiado obvio para poder ser explicado–. Porque no.

– Ya no me das clase en el instituto, soy mayor de edad, no me veas como a una alumna, mírame como a alguien que está preocupada y quiere ayudarte. Si no quieres que sea yo, busca a otra persona, pero déjate ayudar, por favor, no estás sola.

Las palabras han salido a través de mis labios una detrás de otra sin darme tiempo a pensarlas, pero no quiero arrepentirme esta vez. Necesito que lo sepa. Necesito saber que estoy haciendo todo lo posible por ayudarla.

Por un momento me parece que se le humedecen los ojos, pero pestañea un par de veces y se muestra vacilante.

– No puedo pedirte que hagas eso...

– No lo has hecho.

Ella alza la mirada a mis ojos y me pierdo en ellos durante largos segundos en los que parece estar debatiéndose entre lo que para ella es lo correcto y lo incorrecto. Finalmente, sus labios dibujan una leve sonrisa y antes de darme cuenta estoy devolviéndosela.+

– Bueno, venga, sube antes de que me arrepienta.


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El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now