XXVI

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Veo fuego en su mirada. Fuego en cada uno de sus movimientos. Tanto calor que empiezo a sudar cuando la veo gatear por la cama en mi dirección. Siempre despacio. Siempre sensual. Su impoluto cuerpo semidesnudo se contonea al son del jazz llamándome a gritos, al igual que sus pechos apretados inevitablemente por sus brazos. Cuando llega a mí pasa una pierna a cada lado de mi cuerpo, sin tocarme, y yo siento que mi corazón va a salir disparado, pero algo me impide moverme. Sus labios se acercan a los míos, tanto que siento en ellos su aliento, cálido, a punto de rozarlos...

Abro los ojos de golpe. Me da la sensación de que ha sido un ruido lo que me ha despertado pero no se oye nada. Compruebo avergonzada que me suda la frente y hago balance de todo lo que recuerdo, intentando dividir el sueño de la realidad. Me siento abochornada por haber soñado tal cosa y me centro en lo que ocurrió antes de irnos a dormir, recordando vagamente los hechos debido a que sigo medio dormida. El roce de la tirita en mi dedo me recuerda las cosas que han sido reales y una tonta sonrisa aparece en mis labios mientras cierro los ojos de nuevo.

Sin embargo, ahora sí escucho un ruido. Más bien, varios. Son como sollozos. Éstos van seguidos de murmullos y comienzo a discernir algunas palabras, como "déjame" o "perdón". Además repite "no" una y otra vez.

Me levanto sin pensármelo dos veces y llego a tientas hasta su habitación, donde la encuentro recostada precisamente del lado de la costilla fracturada y gimoteando desconsoladamente. Me acerco por el lado desocupado de la cama arrodillándome junto a su cuerpo sobre el colchón y coloco la mano en su brazo con dulzura.

- Lauren, tranquila... –susurro acariciándola.

Ella pronuncia mi nombre antes de despertar por completo pero cuando lo hace, en lugar de calmarse, rompe a llorar.

– Camila... –repite entre lágrimas escondiendo el rostro entre sus manos.

– Sí... Estoy aquí – La consuelo, envolviéndola entre mis brazos.

Lauren se abraza a mi torso enterrando la cabeza en mi pecho sin dejar de llorar y yo dejo que se desahogue. Me rompe el alma verla sufrir de esa manera y lo peor es que probablemente tenga pesadillas cada noche y tenga que soportar todo eso ella sola.

– Va a volver –dice con desesperación en medio del llanto–. Va a volver, siempre vuelve...

Me gustaría asegurarle y prometerle que no será así pero, desgraciadamente y por mucho que me duela, no puedo hacerlo. Le acaricio el pelo y la ayudo a colocarse bien para que no se haga más daño. Está temblando y permanece abrazada a mi brazo unos minutos hasta que sus sollozos son más calmados y su respiración va recuperando poco a poco su ritmo.

Se incorpora quedando sentada como yo y apoya la espalda en la pared, secándose las lágrimas con las manos encogidas.

– Denúncialo, Lauren –digo en voz baja cuando está más tranquila–. Yo te acompaño, si quieres. Pero por favor, hazlo. ¿Cómo puedes seguir sintiendo lástima por ese cabrón? ¿De verdad sigues viendo en él a Brad, a ese Brad con el que te casaste? Quien te ama no te pega, no te... viola –hablo con la voz rota, reteniendo las lágrimas en la garganta, y no digo nada más porque siento una mano temblorosa subir por mi mejilla y volverme suavemente el rostro hacia ella.

La miro a los ojos, inundados de lágrimas que caen por su rostro, y ellos me corresponden haciendo que mi labio inferior tiemble. La mitad de su rostro está ligeramente iluminado por la tenue y única luz de la noche que se cuela por la ventana, haciendo que sus lágrimas parezcan brillar. Es una imagen casi utópica, una belleza desgarradora. Me acaricia la mejilla con el dedo pulgar y una traicionera lágrima resbala de mi ojo. Ella la recoge con el dedo y desliza su mano hasta mis labios. Mi corazón se desboca cuando sus dedos comienzan a acariciarlos de la forma más suave y delicada que he visto. Cuando aún estoy intentando asimilar lo que está pasando, ella acerca mi mejilla a sus labios y me besa cerca de la comisura.

Es un beso corto y puro, casi inocente, me atrevería a decir que sincero, y su tacto deja sobre mi piel una huella cálida.

– Quédate aquí –me suplica con los ojos llorosos aún.

Asiento firmemente con la cabeza y ella deja de mirarme para volver a tumbarse, con el mensaje implícito de que yo haga lo propio. La imito tendiéndome a su lado y, cuando ambas estamos acostadas, ella busca mi mano espontáneamente. Cuando se la doy, coloca también su otra mano sobre las nuestras y, entonces, su fuerte apretón me es suficiente para comprender que no necesitaría darme las gracias por nada nunca más, pues ese gesto lo expresa más claramente que cualquier palabra.

Acomodando la cabeza cerca de mi hombro, cierra los ojos y yo la contemplo. Con un solo beso en la mejilla ha puesto mi alma patas arriba.


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En lo personal, este es de mis capítulos favoritos, por la pureza que conlleva. 

Disfruten;)

El arte en una mirada; CamrenМесто, где живут истории. Откройте их для себя