XXXI

13K 743 96
                                    

-¿cómo están las cosas en tu casa?- me pregunta Paz con tranquilidad. Otro día de universidad había terminado y caminábamos de vuelta a nuestros hogares.

-normal-mentí mirando como mis pies se movían al dar cada paso.

Habían pasado 5 días y nada había vuelto a la normalidad. Mi mamá me evitaba, tratando de ni siquiera verme en la casa, era más como una fantasma que habitaba en ella.

Comía cuando yo estaba en mi habitación, y cuando yo bajaba al primer piso, ella entraba a su pieza. Era como si viviera solamente con mi Nani. En la noches, cuando creían que yo estaba dormido, podía escuchar como conversaban, más bien, eran murmullos, que siempre terminaban cuando mi mamá empezaba a levantar la voz, como si se enojara. Yo simplemente intentaba no llorar. Quizás sonaba estúpido, pero era lo único que podía hacer en esos momentos.

No podía llorar, ya que no solucionaría nada, simplemente me guardaba la angustia e intentaba respirar para relajarme. Nunca quise dañar tanto a mi mamá, pero tampoco iba a fingir enamorarme de una niña para complacerla. Llegar al punto donde tenía que escoger entre mi felicidad y la felicidad de los demás había sido una de las experiencias más difíciles de mi vida.

Por otra parte, a Matías se lo había tragado la tierra. Veía mis mensajes en Facebook, pero no los contestaba, al igual que su celular y los mensajes de textos. Simplemente había desaparecido y me había dejado con un sentimiento de confusión y con mi dignidad en un hilo, dignidad que iba perdiendo cada vez más cuando intentaba contactarlo de alguna forma.

Cada vez que intentaba quedarme dormido, recordaba los momentos lindos que había pasado junto a él, pero poco a poco se empezaban a volver simplemente pinceladas en mi memoria, y comencé a preguntarme si todo había pasado de verdad o quizás lo había soñado. Pero luego, para asegurarme (o torturarme) veía las fotos que teníamos juntos. Ahí estábamos, simplemente sonriendo, con nuestros ojos abiertos y felices, el tiempo detenido y ningún corazón roto.

Lo veía vivir en las fotos como él me veía dormir. Sentía que me estaba olvidando.

En cierta forma, por lo que estaba pasando, me estaba acostumbrando a pensar y creer que mi amor con Matías solo se quedaría ahí, en una fotografía.

Me despedí de Paz con un beso en su mejilla y me dirigí a mi casa. Mi Nani me recibió con cariño, abrazándome mucho, intentando subirme el ánimo, aunque no hubiera nada que me ayudara mucho. Solo me gustaba irme a mi pieza y mirar el techo con las estrellas que yo había pintado. Y como era de costumbre estos últimos días, subí a mi pieza, me recosté y me dormí.

Y así pasaron los días

De forma monótona y casi por costumbre, me levantaba por efecto reflejo a la hora indicada, prendía mi laptop con la esperanza de ver un mensaje de Matías, y me decepcionaba al ver que nada había pasado. Escuchaba los pasos presurosos de mi mamá, hasta que salía de la casa y yo me dirigía al baño para asearme. Iba a la universidad, fingía sonrisas y saludos, tomaba notas tontas en clases, intentaba estudiar para mis exámenes, comía a las horas indicadas a pesar de no tener hambre y asentía cuando mis amigas me preguntaban por cosas a las cuales ni siquiera había puesto atención. Pero ellas me entendían y no había mucho que pudieran hacer.

Cuando estás triste, lo mejor es vivir esa especie de luto por un tiempo. Pero 10 días ya empezaban a ser mucho, y seguían avanzando sin detenerse.

“¿Cómo amaneciste?” me preguntaban mis amigas con preocupación y yo solo daba la misma respuesta: estoy vivo.

Porque así estaba. No sentía nada, era como si me hubieran adormecido cada parte y cada emoción de mi cuerpo. Era como una piedra, como un robot. Me sentía vacío y comprendía las palabras de Joseph: cuando estás tan roto, el dolor físico no importa.

Guarda mi secretoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora