Capítulo N° 1

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Chocolate

Había un solo lugar en donde vendían el chocolate caliente más delicioso de la historia de los chocolates calientes y Marie sabía que en la esquina de la calle Straw Berry lo encontraría esperándola impaciente.

Hacía un frío de los mil demonios y eso ponía de mal humor al chico pelirrojo que caminaba por la acera soltando palabrotas cada que corría una ventisca de aire gélido que amenazaba con robarle el gorro que ocultaba su cabello, odiaba enfundarse en capa tras capa de ropa, así como odiaba que sus estúpidas mejillas se tornarán rojas. Siempre había odiado su tono de piel por ser tan estúpidamente delicada. No había cosa que no odiará de sí mismo.

A Marie le costaba no dar traspiés, la banqueta estaba cubierta de una fina capa de hielo y eso la hacía ser más torpe de lo normal, pero disfrutaba ver caer los copos de nieve y ensuciarle con finas motas la ropa.

A Henry se le hacía ridículo andar dando vueltas sobre la acera, esquivó a la pequeña niña que jugaba estúpidamente bajo la nieve y siguió andando hasta su trabajo a medio tiempo, que le quitaba de hecho, el tiempo que podía emplear para cosas más interesantes.

Cuando estaba por llegar al Café Express, Marie reparó en que Gabriel, el chico que abría a las seis de la mañana el negocio, había desaparecido. Ya antes se había despedido de ella, Marie era una cliente frecuente y encontraba, además, amabilidad en hacer conversación con desconocidos. Él le había advertido que su primo Henry se ocuparía del negocio cuando él se marchará a la universidad de Yale, en dónde planeaba hacer un negocio más ambicioso. A Marie no se le daban bien los cambios y sabía que de ahora en adelante su vida sería más complicada.

Hizo fila detrás de una señora bajita y rellenita que le saludó nada más con verla, esperaron con paciencia a que el chico nuevo abriera el candado de la reja. Eran las ocho de la mañana, ya llevaba al menos un par de horas de retraso. Eso hubiera puesto de mal humor a cualquiera, pero Marie se puso en su lugar, era su primer día, no debía de estar pasándola bien, menos cuando tenía que encargarse él solo de todos los pedidos del día.

Le pidió a la señora que le cuidará el lugar y rompió filas para acercarse al chico que parecía mantener una pelea privada con el candado.

Gabriel había mencionado que la llave pequeña era la que abría el estúpido candado, pero todas eran del mismo enano tamaño para Henry. Estaba que le llevaba la mierda, había al menos cincuenta gentes esperando a sus espaldas y él no podía abrir la puñetera reja.

—¿Necesitas ayuda? —una voz cantarina, demasiado chillona para su gusto, se acercó a su auxilio.

Miró a Marie y le reconoció como la chica voltereta de hacía unos minutos. Rodó sus ojos, vaya suerte.

En un abrir y cerrar de ojos, Marie tomó sus manos al no obtener respuesta de su parte y le robó las llaves, Henry se giró a verla y ella dio un paso atrás, sus ojos eran potentes.

—¿Qué crees que estás haciendo? —gruñó él, pero Marie, quien no quería más que ayudar, le tendió el llavero con la llave adecuada. Henry no quiso preguntarse cómo es que ella sabía cuál era la correcta, simplemente la tomó y sin dar gracias abrió por fin y para bendición de la clientela, el café.

Marie volvió a su sitio detrás de la señora, que le envió una sonrisa sabia al pasar a su lado. Estaba confusa por la actitud reacia del chico, no comprendía cómo podía ser una persona tan temperamental, pero lo pasó por alto.

Henry no sabía hacer absolutamente nada bien, era un milagro que los de la banda en la que trabajaba le dejarán componer sus canciones. Pero encontraba ilógico que su primo le hubiera dejado a cargo a él del negocio por tiempo indefinido. Probablemente su madre había tenido algo que ver con la decisión, a manera de castigarle, pero estaba seguro de que, en lugar de beneficiarios, los llevaría a la ruina. Ya había servido tres cafés medianos sin azúcar y estaba seguro de haber confundido el agua fría con la caliente. Era un puto desastre.

AgridulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora