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| • Capítulo 4 • |

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Una luz blanca me pega de lleno en la cara y me despabila. Despierto alarmada sobre la acera, con un frío que hace que mis rodillas duelan. Al instante siento que una mano fuerte tira del cuerpo de Dan lejos de mí y me pongo de pie, en guardia, aferrándome a la mano libre del niño.

Es un hombre quien lo sostiene y, de momento, no alcanzo a ver el uniforme, por lo que mi primer instinto es empujarlo y recuperar al niño de un solo movimiento. No llego muy lejos, el niño se aleja corriendo hacia un hombre que se aproxima a la distancia y dos oficiales me esposan sin previo aviso.

—¡Papá! —lo llama y entonces me relajo.

No cabe duda: el karma es una perra.

El hombre de la silueta es su padre y Daniel quiere estar con él. No hay más qué hacer por él.

—Yo estaba cuidando al niño —le explico a uno de los dos oficiales en la escena, el que me mantenía sujeta de los brazos por detrás.

—Díselo al juez —gruñe el moreno que no me está sosteniendo.

—¡Es cierto! —interviene Dan—. Ella se quedó conmigo, ella me encontró.

Entonces mi mirada se cruza con la de su padre, que se aferra con ímpetu al niño, sosteniéndolo contra su pecho como si de dejarlo en el suelo pudiera evaporarse como un fantasma.

Enfoco la mirada en el hombre que me ve con incredulidad.

Los engranes en mi cabeza comienzan a girar y todo cae en su lugar otra vez.

Es el pervertido.

—¿Señorita Collins?

—¿Pervertido? —se me escapa y me apresuro a corregir cuando me percato del ceño fruncido de Dan—: Señor Adacher.

Casi no lo reconozco con esa fachada tan desaliñada. Parece haber pegado el salto de la cama. Su cabello, antes ordenado con manía, ahora me recuerda a uno de esos peluquines para comerciales de productos del cabello después de la ducha. Podría jurar que se ha estado pasando los dedos con desesperación. Si no tuviéramos una pequeña historia desafortunada detrás, quizá podría admitir que se ve lindo... incluso sexy.

—¿Se conocen? —pregunta el niño, ladeando la cabeza como un perro curioso.

Niego.

—No.

—Sí.

Respondemos al unísono.

—Bueno... Algo —admito con más resignación que cordialidad.

—Un poco —añade él después de mí—. En una entrevista.

—Sí, en la entrevista...

—Fue muy breve.

—Demasiado breve.

El niño saltea la mirada entre nosotros, y sonríe con una alegría indescriptible. De la nada, sus ojos se han iluminado y su carita no presenta más dolor.

—¿Serás mi nueva niñera?

Abro los ojos de golpe y miro a su padre, que parece casi tan consternado como yo. Aunque él se recupera mucho más rápido y niega rotundamente.

Menudo idiota, hasta parece que la simple idea de tenerme cerca lo repele sobremanera. ¡Pues que sepa que a mí tampoco me hace ninguna gracia tener que volver a verlo!

—Ya hemos hablado de esto, Dan, la señorita Pollet va a cuidarte...

—¡No quiero que me cuide ella! ¡Habla portugués!

El Café Moka de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora