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| • Capítulo 7 • |

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Innecesario.

Innecesario era el equivalente a «muy necesario» cuando vivía con Ben. No siempre fue así. Mientras mamá vivía y Ben apenas enviaba algo de dinero para la manutención, solía ser más consciente de todo lo que compraba porque derrochar dinero no era una opción, así que mi «nueva vida» era en realidad como volver a mi antigua vida después de navegar en un crucero por el Caribe del autoengaño y las estafas del hombre que juró cuidarme cuando cumplí dieciocho.

Al pasar los años entendí que Ben no era malo, él y mamá sencillamente no encajaban juntos y mi madre se negaba a aceptar demasiado. Antes de su muerte solo conocía a Ben por videollamadas y algunas visitas clandestinas que organizábamos previas a mi cumpleaños.

—Es necesario —replicó Beca, haciendo un último esfuerzo por ayudarme a entrar en razón.

De acuerdo, era un abrigo hermoso y seguro era un buen refugio bajo esa lluvia torrencial, pero no pertenecía a mi cuerpo, su lugar era detrás del aparador, junto a otros bonitos abrigos que ni de chiste podría pagar ahora.

—Tengo muchos.

—Ninguno es rosa mexicano.

—No sabía que los colores tenían nacionalidad —comenta Kleyton como de pasada, mientras busca con la mirada cualquier punto más interesante que la tienda de ropa frente a nosotros.

—No la tienen. —le respondo antes de volverme a Beca—. ¿Moriré si no lo compro?

—Bueno, tomas inmunosupresores, podrías pescar una neumonía de camino a casa...

—Beca —canturreo.

Ella rueda los ojos y resopla.

—Bien, quizá no sea tan necesario.

—No lo es —concuerdo antes de detectar una sombra en el reflejo del aparador.

Del otro lado de la calle un hombre con un abrigo rojo parece mirarnos directo, pero no puedo saberlo con claridad por la capucha que lleva. En realidad, podría estar viendo hacia cualquier lado, pero mis nervios alterados hacen que todo a mi alrededor parezca una conspiración, una amenaza. Sacudir la cabeza, dejar de darle tanta importancia al mundo alrededor parecía la mejor opción.

—¡Ha! —Beca me señala como si fuera el mejor descubrimiento que ha hecho en años—. ¡Escalofríos! Necesitas un abrigo.

Ruedo los ojos y la acompaño a la tienda. Ella necesita un par de boinas y pantalones; yo preciso un respiro; y Kleyton solo nos hace sombra porque quiere conseguir algo de ropa deportiva en las siguientes tiendas, aunque al lado de nosotras parece más un niño aburrido que se muere por llegar al área de juegos.

Entrar a la tienda no suena como una buena idea. Me he encargado de mantener las miradas lejos de mí por varios meses y el hecho de que el lugar esté vacío en su totalidad, solo consigue que cinco pares de ojos de algunos uniformados aburridos como la goma, nos miren con ilusión.

—¿Estás viéndole el trasero a ese maniquí?

Giro casi tan rápido como Kleyton y dejo en el gancho la chaqueta que estaba mirando. Por la expresión de Beca entiendo que la ha embarrado.

Bueno, ahora seguro que los empleados ven hacia otra parte. Incluso yo quiero meter la cabeza detrás del perchero de muestras.

—Por supuesto que no, cariño, solo tengo ojos para ti —responde con una de sus sonrisas torcidas y Beca resopla.

Habría sido la escena más divertida si el cielo no hubiera crujido tan fuerte. Una de las empleadas maldijo entre dientes cuando su batido cayó sobre un par de zapatos en el aparador por el sobresalto. El clima en los últimos días no estaba en los mejores términos con París.

El Café Moka de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora