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| • Capítulo 13 • |

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Sol

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Sol.

Nos volvemos a encontrar, mi eterno enemigo.

He calculado mal el tiempo, parece que el calentamiento global me ha pegado una patada en el culo y ahora no queda más que tomar el sol de las dos de la tarde, a las doce. Nunca le ví sentido a reciclar tantas pajillas y detener su producción hasta que los rayos de luz me empezaron a poner la piel inquieta después de veinte minutos de sol.

No había encontrado una sombra, la palma de mi mano fungía como una decadente sombrilla y, además de que estaba inflamándose se había puesto roja.

Pero bueno, no podía dar marcha atrás y no todo era sufrimiento y dolor. Tenía a mi lado las botellas de agua, canapés y mojitos gratis. Aunque cuando acerqué la mano Daniel me advirtió, con el tacto y la amabilidad de la bruja de Blair, que mantuviera las manos lejos del alcohol.

—¿En serio puedes ver todo lo que hago?

—responde el auricular en mi oído—. ¿Te importaría girar un poco a la derecha?

Giro.

—¿Así?

Perfecto.

—¿Qué estamos viendo?

—Bueno, ahora tengo una vista completa de Sasha Bullock, si bajas un poco más los anteojos seguro me queda mejor...

—¡Eres un cerdo!

—¡Es mi primer snack! —se defiende un extraño junto a mí.

Escucho una carcajada del otro lado de la línea, mientras le dedicó una sonrisa de disculpa al hombre ofendido y me quitó los anteojos de golpe.

—¡Oye! ¿Qué estás haciendo?

Me siento terrible, como una pervertida y una crítica de la moda en revistas de chismes y todo por hablar con un fantasma en mi cabeza.

—Bloqueandote hasta que sea estrictamente necesario.

—¡¿Estás loca?! ¡No puedes hacer eso!

—¿Y entonces qué es lo que estoy haciendo? —lo reto.

Recibo varias miradas de terror. Ver a una mujer loca manteniendo una conversación consigo misma no debe ser lo más agradable para nadie. Sonrió como disculpa y me alejo del conglomerado. A la orilla de la terraza, junto a las barras de cristal que dan de cara a una bello campo exclusivo, diviso el auto de mi jefe y me pongo los anteojos para que pueda verme a la distancia.

—No puedes seguir hablándome, eres una distracción y estoy quedando como una loca —lo acusó en susurros. Tengo miedo de que alguien pueda escucharme y me eche con todo y camisa de fuerza.

Él suspira.

De acuerdo. Aburrida.

Frunzo el ceño y clavo la mirada en el auto a la distancia, donde se supone debe estar mirándome.

El Café Moka de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora