El Café Moka de París

| • Capítulo 17 • |

Soy una espiona.

Ni siquiera estoy segura de que «espiona» sea una palabra, pero sé que lo soy. Otra palabra que seguro me iría de maravilla sería «paria social con problemas de discreción», no es una palabra exactamente, pero es una oración que me describe a la perfección.

Escucho a alguien afinando su guitarra afuera de mi habitación, más específicamente, en la sala Magna. Me he quedado esta noche porque afuera hay una lluvia torrencial que apenas te deja abrir los ojos para echarte a correr... Ese era el pretexto que había usado para quedarme cuando Daniel sugirió que lo hiciera y Dany dio brinquitos de un lado a otro. La razón por la que había aceptado fue porque por la mañana quería Hot-Cakes y en casa no tenía la harina. Me compraron con comida.

El sonido musical me atrae hacia la sala, abro la puerta de la habitación lentamente y veo la sombra de Daniel Adacher perdiéndome en el jardín techado. Una persona normal lo dejaría tranquilo con sus asuntos, pero Adacher con una guitarra en un día de lluvia no era algo que quisiera perderme, así que me quito los zapatos y camino de puntillas descalza hasta la puerta corrediza que da al jardín. Desde donde estoy, resguardada detrás de una pared de concreto, si estiró el cuello puedo ver a Adacher entrando con mucho estilo al ritmo de «Nobody's Perfect».

Ajá. Así como lees.

Tengo que cubrirme la boca con ambas manos para no echarme a reír ahí mismo.

—¿Qué estás haciendo? —chilla Dakota en el exterior.

Me quedo de piedra y no puedo decidir qué es más raro: Adacher citando a Miley Cyrus o Dakota fuera de la cama a mitad de la noche.

Ya me iba dando cuenta de que en esa casa nadie dormía por la noche.

Pero Daniel no se detiene. Veo que se sienta junto a Dakota y continúa cantando y tocando los acordes de la melodía con su guitarra, sin mucha pena.

La canción pasa de ser graciosa a penosa y luego sencillamente es extraña. ¿Qué hace Adacher cantándole a Dakota? ¿Y por qué Dakota no le ha tirado el zapato a la cara todavía?

Cuando la canción termina, ambos caen en un silencio profundo. Me inclinó un poco más al frente y los veo concentrados en nada.

—Odio a Hannah Montana —dice Daniel finalmente.

Dakota asiente.

—Ya lo sé. —Silencio—. ¿Por qué lo hiciste?

—También odio pelear contigo, odio que me odies o que creas que no me importas, odio que me grites porque crees que no te quiero, pero puedo soportarlo, puedo cantar «Nobody's Perfect», puedo soportar tus dagas, puedo fingir que todo está bien y anda importa, pero no puedo soportar tu dolor, Dakota, te daría mis ojos si pudiera hacerlo.

Siento el dolor en la voz de Daniel como si fuera mío. No es el hermano del año y si tuviera una placa de «el mejor padre del mundo» seguramente no se la daría ni al él ni al mío, pero tenía un corazón y, aunque algunas veces (casi siempre), pareciera que el trabajo lo consumía por completo, estaba consciente de que todo lo hacía porque debía hacerlo y que, si pudiera, pasaría más tiempo con los suyos sin pensarlo, nunca estuve más segura de que le importaba Dakota como ahora.