Capítulo XXIX

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La luz del amanecer iluminó mi rostro, había olvidado cerrar las persianas. Estiré mis brazos y mi móvil comenzó a vibrar, la pantalla mostraba un mensaje de Robin, indicándome que en unos minutos comenzaba mi rutina de terapias. Evidentemente, me hacían falta unas seis horas más de sueño para compensar mi trasnocho.

Las sábanas las tenía pegadas en un charco de saliva, estaba realmente agotada de la noche anterior. Robin, quien no sospechó nada extraño en ningún momento, me llevó un par de rodajas de pan, un vaso de frutas y una botella de agua en una bandeja. La verdad es que yo moría de ganas de beber un litro de café para revivir mi espíritu, pero el Dr. Guillermo me había prohibido la cafeína por lo que le estaba ocurriendo a mi corazón.

Robin me conectó a los medicamentos, me hizo un chequeo de rutina y se dedicó a descargar rápidamente aplicaciones en mi nuevo móvil que me ayudarían a organizar mi cronograma de actividades. No me atreví a hacerle ninguna pregunta sobre lo que había visto en mi mente cuando me sumergí bajo el agua, era demasiado temprano para querer arrancarme el corazón.

ㅡLa aplicación te notificará qué actividad tienes, dónde y a qué hora ㅡme explicó Robinㅡ. Te indicará un pequeño resumen de lo que harás, sólo tienes que confirmar seleccionando este botón verde. Al terminar, por favor espérame en el pasillo del piso cinco para acompañarte.

ㅡEspero no arruinarlo.

ㅡSé que no lo harás. Además, será interesante. Es una pequeña inserción a la sociedad, te irá bien, ya hablaremos después de lo que vendrá.

No entendí lo que me había dicho y no quise preguntar, quería cerrar los ojos y descansar un poco más. Robin salió de la habitación y se puso en marcha para continuar trabajando. Dedicarle tiempo a una chica que sabía de tecnología como sabía de su propio pasado, llevaría tiempo. Sin embargo, me las arreglé a mi manera para poder sobrevivir a las actividades a las que tenía que asistir.

Cuando recuperé suficiente energía, me asomé a la ventana y me di cuenta de que había parado de nevar, incluso había subido un poco la temperatura, la nieve había bajado de nivel.

Presté demasiada atención al lago que dividía el jardín del psiquiátrico con la autopista, donde Lorent había iniciado nuestra historia y me había besao. Pensé en esa delgada línea que separa las realidades entre sí, pensé en que las mentes no andan perdidas, sino que ellas mismas encuentran caminos diferentes por donde vagar para no encontrarse de frente con la verdad que no queremos escuchar. El problema es que nadie puede elegir sus verdades, así como tampoco puede elegir de quién se enamora. La verdad tiene esa despiadada costumbre de ser ella misma, una simple verdad.

Esta vez yo sí quería saber la verdad, y aunque esa mañana no quise bombardear a Robin con preguntas, muy pronto me sentaría a hablar con mi psiquiatra y le haría decirme cada maldita cosa que había olvidado. No me importaba si esto formaba parte de mi recuperación.

Subí al último piso del psiquiátrico para mi primera actividad que resultó ser interesante, se llamaba psicoescritura. Entré al aula y algunas personas hablaban de mí, pero yo actué como si no me hubiese dado cuenta.

La clase había comenzado y el tema propuesto de aquel día era "la buena vida". Debíamos usar la primera media hora para el trabajo personal y el tiempo necesario para leer, uno a uno, todos los escritos que nos facilitaban sobre el tema. Luego, la siguiente media hora, era para decir en voz alta lo que habíamos escrito. Lo que cada uno aportaba, supuestamente, serviría a los demás. Con ello se aprendería a distinguir entre el mundo exterior, aquello que sucede más allá de nuestra piel, y el mundo interior en el que se experimenta lo que cada uno interpretaba respecto a lo que le había sucedido. Gracias a Dios el tutor no nos preguntó lo típico como: quién eres, qué haces en el psiquiátrico, qué trastorno padeces...

Buscando estrellas muertas © COMPLETA ✔️Where stories live. Discover now