#21

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Te llevas la caja con la muñeca a tu casa, sin saber muy bien porque estás haciendo tal cosa, dejándola justo en medio de la sala, al lado de la mesa de centro.

—Bueno Mariana... —le dices a la muñeca entonces—. Bienvenida a tu nuevo hogar.

A lo largo de esa noche, mientras te esfuerzas por realizar tus actividades cotidianas con normalidad, no puedes evitar sentir que hay alguien observándote, pareciéndote un momento dado que puedes oír una respiración pesada a tus espaldas.

Obviamente, no hay nadie detrás de ti cuando vuelves la mirada, pero de todas maneras tu primera reacción es la de echar un vistazo cada cierto tiempo a la caja de madera que has dejado en la sala a fin de comprobar si es que la muñeca sigue estando allí.

Y efectivamente, allí sigue estando, tal como la dejaste.

Sin siquiera haberse movido ni un solo milímetro.

"Esta va ser una larga, larga noche..." piensas tú, al momento de acostarte en tu lecho, al cabo de un par de horas.

Desde tu habitación, todavía puedes ver esa caja de madera parecida a un ataúd. Por un momento piensas ir a cerrarla, pero es tanto tu cansancio que terminas quedándote profundamente dormida de forma casi instantánea, no sin antes musitar la siguiente frase:

—Buenas noches, Mariana...

Lee la parte #37.

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