#185

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— ¡Todo esto es una verdadera ridiculez! —Exclama de pronto Dante Muñoz, incorporándose de la mesa—. ¡Un montón de patrañas fantasiosas!

—Sólo he dicho la verdad. La verdad y nada más, hasta donde yo la conozco... —repone tranquilamente Rogelio Herrera—. Las cosas que he podido enterarme más allá de mi propia experiencia me las enteré a través de la propia señora Vera Muñoz, quien me las confesó durante nuestro último encuentro, antes de que ella partiese de San Junípero a la ciudad...

—Ya he oído suficiente... —repone fríamente aquel otro anciano—. Yo vine hasta este pueblucho con intenciones de poder descubrir la verdadera causa de la muerte de mi madre, y hasta ahora lo único con que me encuentro son puros cuentos de niños sobre monstruos y fantasmas...

—Con todo respeto, señor Muñoz...—intervienes tú—. Tampoco nosotros habríamos creído esta historia si no hubiésemos estado al tanto de las circunstancias relacionadas con la muerte de su señora madre...

— ¡Mejor no se meta usted! —Te grita el aludido—. ¡Este no es asunto que le concierna en lo más mínimo!

Dándoles la espalda, Dante Muñoz se dirige hasta la entrada de la casa, diciendo lo siguiente:

—Ya que esto ha sido una completa pérdida de tiempo, yo me voy de aquí. ¡Buenas noches!

Sin embargo, antes de que dicha acción se concrete, llega hasta ustedes un escalofriante sonido...

Hay alguien golpeando los vidrios de la ventana.

En cuanto ustedes cuatro alzan la vista, experimentan un hondo escalofrío al descubrir que quien está afuera es una niñita rubia de rostro terriblemente pálido, quien a su vez les mira con una aterradora expresión de odio.

—Oh, Dios mío... ¡Es ella! ¡Es ella, el fantasma de Mariana! —exclama la esposa de Rogelio Herrera, invadida por el terror al tiempo que se abraza de su esposo, quien a su vez sentencia de forma lúgubre:

—Mariana, no...Es Pedro Cipactli. Esa apariencia no es más que una mera ilusión...

El perro Tlali, que parecía a punto de gruñirle a la parecida, se acurruca tiritando en rincón, aterrado por la tenebrosa presencia de la recién llegada.

—Sal de esta casa, Gualterio Fernández...Sal o mataré a todos aquí dentro, tal como lo hice esa noche...—dice la niña, cuyo rostro desaparece repentinamente en medio de la oscuridad circundante.

— ¿Gualterio Fernández...? ¡Pero hace años que él está muerto!

— ¡Ay! —exclama Rogelio Herrera, con voz angustiada—. Para nuestra desgracia, es usted, físicamente al menos, el vivo retrato de su abuelo. Esta aparición ha de haberlo confundido con aquel difunto...

—Todo esto es una tontería... —insiste Dante Muñoz, con aparente descreimiento, aunque la verdad es que ya no se oye realmente convencido de sus palabras—. De seguro esto se trata solamente de una broma de mal gusto...

— ¡SAL DE LA CASA! —Brama una espeluznante voz fuera del rancho, la cual es inmediatamente seguida por una serie de gruñidos semejantes a los de una bestia rabiosa—. ¡SAL Y MUÉSTRATE O LOS MATARÉ A TODOS!

Dante Muñoz se encuentra paralizado por el miedo, incapaz de dar un paso más.

Tú y el señor Ruiz intercambian una mirada aterrorizada, sin saber qué hacer.

Uno de los dos deberá reaccionar, antes de que sea demasiado tarde.

Pero... ¿Qué será lo que ustedes podrán hacer frente a semejante amenaza?

La puerta ha comenzado a retumbar y parece estar a punto de derrumbarse...

Si te arriesgas a conducir a Dante Muñoz hasta afuera de la casa, lee la parte #198.

Si dejas que sea el señor Ruiz quien tome la iniciativa, lee la parte #187.

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