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 Pasas un día excelente en tu trabajo, sintiéndote ya completamente liberada de cualquier clase de tontería sobrenatural.

— ¡Qué bien se te ve hoy! —Comenta alegremente Maricarmen—. ¡De seguro que ya te has conseguido un novio!

— ¡No exactamente, aunque bien puede que consiga uno este fin de semana! —repones tú, con expresión risueña.

"A lo mejor el señor Ruiz se anima a tomarse un café conmigo por esta fecha." Piensas, mientras les sirves unas bebidas a unos clientes.

Un hombre muy guapo se aparece en la cafetería faltando muy poco para la hora de cerrar: Dicho personaje se queda con la vista fija puesta en ti por un buen rato mientras es atendido por Maricarmen, pidiendo únicamente un vaso de mezcal, extraña solicitud que obliga al viejo dueño local a intervenir, disculpándose por no contar con dicha bebida en su establecimiento.

El enigmático cliente se muestra comprensivo ante esto, sonriendo cordialmente ante la explicación dada por el dueño del local, deseándoles muy buenas noches a los presentes antes de marcharse.

Pero antes de irse, te dirige una mirada extraña. Extraña, como la de un animal feroz, rabioso, sentimiento que contrasta brutalmente con su amable sonrisa.

Aunque claro, puede que eso se trate solamente de una mera impresión tuya.

"¿Por qué me habría mirado con tanta rabia aquel sujeto? ¡Si yo jamás lo he visto en mi vida!" piensas, pudiendo jurar que las pupilas de aquel hombre de habían dilatado de manera extraña por una milésima de segundo al momento de clavarse en ti.

Y mientras caminas hacia la parada de buses más próxima, la calle a esa horas te parece sospechosamente desierta, más aun considerando que durante los fines de semana la gente transita a sus anchas hasta muy entrada la noche, pero el día de hoy apenas si ve un alma en las cercanías, como si el mundo se hubiese quedado desierto de repente y sólo quedases tú en él.

Al oír el ruido de pasos a tus espaldas experimentas un fuerte alivio, pero ese alivio no tarda en disiparse en cuanto descubres que quien camina detrás de ti el alcance es el hombre extraño del café, el cual te mira con un odio espantoso, terrible.

El odio de quien está dispuesto a matar, eso lo comprendes de manera instintiva, pero antes de que puedas echarte a correr, él consigue darte el alcance, aferrándose con fuerza de tu brazo izquierdo.

— ¡No...!—gritas, pero en seguida tus gritos quedan ahogados en cuanto tu agresor coloca inmediatamente sobre tu cabeza una bolsa negra, impidiéndote respirar.

Casi al borde la asfixia, te parece escuchar en las cercanías el llanto de un niño (¿O será acaso de una niña tal vez?) que llama desesperadamente a su madre:

— ¡Mami! Mami, ¿Dónde estás? ¡Me duele mucho, mami!—escuchas claramente decir a esa vocecita infantil.

Y eso es lo último que alguna vez escucharás en tu vida.

FIN

Ojos de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora