Capítulo uno.

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Autora POV.

Los murmullos en el reino no habían cesado en absoluto desde la primera hora de la mañana, en el distrito PinQuiong los ciudadanos no habían dejado de comentar la noticia que se había hecho tan popular en todo el reino.

En Guizu, los nobles que lucían los trajes más caros que podían permitirse habían estado opinando entre ellos, unos riéndose, otros llorando y algunos un poco asustados. Mientras que en Hutong lo único que les preocupaba a los mendigos era tener algo para comer durante dos días o tres.

Las campanas del reino sonaron diez veces, convocando a todos los ciudadanos a la plaza Gong Yi. La plaza era lo suficiente grande cómo para que todas las personas del distrito Guizu y unas pocas de PinQuiong pudieran adentrarse en ella y observar la enorme cruz que había en el centro encima de una plataforma rectangular. Justo en frente de esta, el rey Jin GuangShan se asomaba por uno de los balcones del palacio.

Por otro lado en Hutong, un joven que se ocultaba bajo una capa negra no pudo evitar preguntarle a dos niños que habían logrado escapar del dueño de la tienda de dulces en PinQuiong y se habían ocultado en un callejón.

—Disculpad pequeños ladronzuelos... —ambos se sobresaltaron.

—¡N-No somos pequeños! —dijo el más mayor mientras ocultaba a su hermano detrás suya.

Wei WuXian rió.

—Esta bien, esta bien. —se disculpó y se agachó para quedar a su altura.— Unos adultos cómo vosotros seguro que podrán resolverle una duda a este anciano. 

Los niños se miraron dudosos y el mayor preguntó.

—¿Qué es...?

—¿Por qué la gente está tan animada hoy?

—¡Oh! ¿Señor, no lo sabe? —habló el pequeño.

Wei WuXian negó con la cabeza.

—¡La reina...! —el mayor tapó la boca del menor y siseó para que callara.

Miró por todos lados, asegurándose de que no hubiera ningún guardia real y habló.

—La reina ha sido asesinada.

Wei WuXian se sorprendió, no era la primera vez que iba al reino pero al ver a los aldeanos tan agitados y a tantos soldados patrullando sabía que algo grave había ocurrido, pero no pensó en algo así.

—¡Si! Las campanas han sonado... Algo sucederá en la gran plaza. —dijo el menor.

—Ya veo... 

—N-No nos entregarás a los guardias... ¿verdad?

Wei WuXian los miró. Los pequeños habían robado un trozo de dulce muy pequeño que seguramente partirían por la mitad para comerlo; sus ropas estaban sucias y desgastadas; el mayor tenía varios golpes en el cuerpo y de su frente caía un poco de sangre. Seguramente el dueño les había lanzado piedras cuando los vio robar y el mayor usó su cuerpo para proteger a su hermano.

Si Wei WuXian los entregaba a los guardias, esos niños no volverían a ver la luz del sol.

—Claro que no. —el mayor se relajó, pues el pequeño no entendía muy bien la situación.

Wei WuXian buscó algo en su bolsa de tela marrón, sacó dos manzanas y se las entregó. Los ojos de ambos niños se abrieron de sorpresa y brillaron de felicidad. El mayor fue a darle las gracias, pero Wei WuXian puso su mano en su frente y murmuró un hechizo antiguo.

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