Capítulo 3 - Nostalgia

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Odiaba tanto las áreas comunes durante la horas pico, toda esa gente dirigiéndose a sus trabajos y escuelas.

La fila para abordar el tren era larguísima y la espera en cada estación eterna. Gente subía y bajaba en cada parada, empujándose los unos a otros. Por suerte conseguí un asiento apenas al abordar y me puse mi handphone y mis lentillas para revisar que había de nuevo en la red.

En el asiento de adelante, iba una niña de unos cuatro o cinco años, me observaba fijamente hincada sobre su silla. Seguro que pensaba que yo era una simplona, la chiquilla a su corta edad ya tenía más estilo que yo; la piel teñida de violeta y el cabello pintado de arcoíris. Movió los labios como preparándose para lanzar una de esas brutales observaciones que suelen hacer los niños pero yo me anticipé y dejé que Bii saliera de mi bolso y revoloteara un poco alrededor de ella para distraerla.

―¡Wow! ¿Qué es eso? ¿Puedo ver? ―dijo la niña siguiendo el pequeño robot con la mirada.

―Claro, se llama Bii, es mi smartpet. ¿Te gusta?

―Sí está muy linda ¡Hola Bii! ―Exclamó la pequeña agitando la mano, a lo que Bii respondió imitando el gesto mediante un holograma.

La niña río divertida y luego dijo:

―Yo también tengo una mascota, se llama Fucsia y es un pegacornio, pero mi mamá no me deja llevarlo a la escuela.

―¡Que mal! Ni modo.

―¿Puedo jugar un rato con tu abejita?

―Claro, pero vas a necesitar esto ―respondí extendiéndole el brazalete de control.

La niña miró el dispositivo con gran confusión (las mascotas más nuevas funcionaban solo por comandos de voz y ya no usaban controles). Yo expliqué:

―Bii tiene diecisiete años, mi papá me la regaló cuando yo tenía ocho.

―¡Es muy viejita! ―se sorprendió la niña aun tratando de descifrar como controlar a mi mascota.

―Lo es ―respondí distraída por el recuerdo de aquella madrugada en que papá volvió del trabajo y sacó del maletín dos pequeñas cajas; una amarilla y otra rosa, eran nuestros colores favoritos. Mi hermana y yo al instante supimos cual elegir. Cuando abrí el paquete amarillo, vi por primera vez a Bii, una reluciente abejita robot del tamaño de una uva. Franjas amarillas y negras en todo su cuerpo cromado, cámara y proyector colocados al frente asemejando unos ojos negros, su diminuta hélice estaba decorada con una tela traslúcida que hacía parecer que tenía alas cuando volaba. Por suerte la tela era meramente decorativa porque solo duró un par de meses, yo no era tan cuidadosa como Angela, imaginé que Buterflii (la mascota de mi hermana) aún debía tener intactas las alas.

La niña parecía tener problemas para entender la vieja tecnología del brazalete, así que dije:

―Mira, te lo pones así: como un reloj y aquí en la pantalla aparecen el control de vuelo, la cámara, los archivos. Para hablarle presionas este botón.

―Hola Bii ¿Podrías poner Mars Highschool? ―gritó la niña. Bii proyectó su holo girando aturdida para indicar que no había podido procesar la solicitud.

―Lo siento linda, hace años que Bii no soporta la media de la red, su sistema es obsoleto ―expliqué―, pero tiene algunos juegos y trucos muy divertidos. ¿Quieres ver?

De pronto la madre de la niña se giró hacia nosotras y dijo:

―¡Gina ya vamos a bajar! ¿De dónde sacaste eso? ―Pregunto la madre.

―Me lo prestó esa «señora» ―dijo la chiquilla señalándome.

―Devuélvelo ya ―ordenó la mujer parándose del asiento.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora