Capítulo 13 - Bosque de Espinas

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Un silencio incómodo, un duelo de miradas, habernos aliado no se sentía del todo bien. Pero Evan, ignorando deliberadamente la tensión  preguntó:

―¿Revisaste la nave?

―No ¿Y tú? ―le respondí.

―No, tenía que vigilarte hasta que despertaras . Estabas desarmada pero sé que frágil no sos. Esa mochila pesa un montón, alguien débil no la hubiera aguantado.

El cumplido más raro de mi vida, aun desprotegida como me encontraba, de pronto me sentí orgullosa de mi buena condición física.

Él tomo su linterna y comenzó a alumbrar cada rincón del pequeño avión. Con más de un siglo abandonado, el clima y las fieras habían acabado casi con todo lo que había dentro, pero al fondo, Evan descubrió una manija y cuando la jaló se abrió un compartimiento relativamente grande.

Él aulló de emoción, yo no podía ver que era lo que le causaba tanta felicidad. Me acerqué un poco más y entonces vi, que colgando dentro del armario, había dos bicicletas y abajo varias maletas. 

Arrastramos las maletas fuera del compartimento y comenzamos a revisar: encontramos dos maletines con ropa, pero ya estaba deteriorada. Evan tomó un gran cofre de metal y cuando lo abrió ambos nos emocionamos: cámaras, gafas, linternas, binoculares, guantes, cascos, rodilleras, gorras, equipo para escalar... Los últimos pasajeros sin duda no había muerto escapando de la guerra, debieron caer buscando un poco de diversión. Por suerte los cactus que rodeaban el accidente lo había mantenido oculto de los saqueadores hasta que nosotros llegamos.

―¿Quién se va de excursión en medio de una guerra y del cambio climático? ―Pregunté sorprendida.

―Yo lo haría ―dijo Evan―, para qué morirse en un búnker. Parece que las bicicletas todavía sirven, si es así, ya la hicimos, vamos a salir del desierto en un par de días.

Evan sonaba entusiasmado, yo por mi parte comencé a sentir una gran ansiedad, caí en la cuenta que no sabía en qué me había metido. Quería saber más detalles. ¿Qué pensaba hacer Evan?¿A dónde nos dirigíamos?  ¿Era seguro estar allí afuera tanto tiempo? Me asustaban las respuestas a esas preguntas, pero me asustaba aún más, que el miedo me paralizara y me arrebatara la oportunidad de averiguar que había más allá del desierto, así que permanecí en silencio.

La luz del sol comenzó a extinguirse y Evan dijo:

―Carguemos las bicicletas y salgamos de aquí antes de que sea de noche, este no es buen lugar para acampar y no quiero pasar por esos cactus a ciegas. Ya luego miramos que sirve todavía.

Hicimos como él dijo; nos pusimos cascos, coderas y rodilleras y nos fuimos empujando las bicicletas cargadas, yo con la maleta que encontramos y él con las provisiones y las armas.

Ya estaba oscuro cuando salimos del bosque de espinas. Una vez fuera, él tomó su linterna y comenzó a alumbrarme. Mi instinto fue alejarme, pero él me haló por el brazo y poniéndose la linterna en la boca, me sostuvo el brazo con una mano y con la otra me retiró una gran espina que se me había clavado en el antebrazo. Revisó todo mi cuerpo, fue incomodísimo. Luego fue mi turno de hacer lo mismo, él trató de permanecer quieto pero era obvio que estaba tan incómodo como yo.

Era tan extraño, hace menos de un día estábamos pensando en matarnos mutuamente y ahora en cierta manera cuidábamos el uno del otro.

El revisó el contenido de la valija, había muchas cosas electrónicas pero no funcionaban, así que solo tomamos los artículos de protección, las gafas (para el sol y las de visión nocturna), los binoculares, parte del equipo para escalar y algunas herramientas para las bicicletas. Repartimos la carga en las dos bicicletas, nuevamente él se quedó con las provisiones y las armas.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora