Capítulo 26 - Cuarentena

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Abrí los ojos, la pieza lucía oscura debido a las cortinas ahora cerradas

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Abrí los ojos, la pieza lucía oscura debido a las cortinas ahora cerradas. No tenía idea de qué hora era, me parecía que aún no había amanecido aunque algunos pájaros ya habían comenzado a cantar. Evan dormía en una silla reclinable junto a mi cama. Mis movimientos hicieron tintinear la cadena de las esposas y Evan abrió los ojos de inmediato.

―Hola ―dijo como si nada.

―Regresaste ―respondí sin poder ocultar mi alegría.

Él se levantó de la silla y se sentó en la orilla de la cama ―Estuve con mi familia un rato, mi mamá no quería soltarme. 

―Me imagino.

Evan la había mencionado muchas veces, imaginaba la inmensa angustia que ella había pasado al no saber de su hijo y también la abrumadora alegría al verlo de nuevo, debío haber sido como verlo resucitar de entre lo muertos. Toda su familia debía estar muy feliz. Él, con sus anécdotas me había pintado una estampa de su familia que parecía coincidir a la perfección con las personas que había visto la noche anterior...bueno, casi a la perfección.

―No sabía que tenías novia ―dije sin poder contenerme― ¿O estás casado?

―Si claro, Isabela ―dijo en medio de un suspiro―, bueno, supongo que hay muchas cosas de las que no hablamos, por ejemplo de Peter, nunca hablamos de Peter.

―Es un viejo amigo ―dije ignorando el escalofrío que me recorrió al oír aquel nombre en los labios de Evan .

―Es más que eso ―dijo resuelto― Bii tiene una carpeta solo para él y vos a veces decís su nombre cuando estás dormida.

No me esperaba eso, todo el cuerpo se me puso tenso. Los papeles se cambiaron de pronto, el interrogado me interrogaba.

―Crecimos juntos ―dije―, fuimos novios un tiempo pero luego dejó de funcionar y nos separamos. Eso es todo, él ya hizo su vida, el último día que estuve en La Catedral me enteré que se iba a casar.

―No me vayás a decir que por eso escapaste ―dijo luego de reflexionar un poco.

―¡No! Tú sabes que no ―Evan me miró como tratando de verificar si lo que decía era verdad, lo cual que molestó bastante.

―Es tu turno ―dije tratando de volver a encausar la conversación hacia donde yo quería.

Se mordió los labios, miró al techo, lanzó un suspiro ―Hacéte a un lado―, dijo y se acostó junto a mí.

―Se llama Isabela, tiene cuarenta y cinco años, dos hijos: uno de diecisiete y otro de veintitrés. ¡Dejáme terminar! ―dijo antes de que el «podría ser tu madre» se me escapara de la boca―. Es divorciada, la conocí porque trabaja con un señor que me compra antigüedades. Estamos juntos, digámoslo así, desde hace casi dos años. La verdad es que al principio no era nada serio, ella me buscaba cuando se le daba la gana y por mi estaba bien. Pero hace unos tres meses le dije que yo quería una relación mas seria y pues... me mandó a la mierda, dijo que no quería problemas con sus hijos, que era mucha la diferencia de edad, que no iba funcionar, bla, bla, bla. Pues nos dejamos, yo lo tome muy mal, no te lo voy a negar. Pero lo acepté porque ella no ya no quiso saber nada de mi hasta... una semana antes de que me fuera a la expedición con la doctora. Dijo que había estado pensando mucho en nosotros y que cuando regresara íbamos a hablar.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora