Capitulo 12 - Buitres

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Me senté de frente al saguaro al que Evan me había atado, medía unos tres o cuatro metros de alto

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Me senté de frente al saguaro al que Evan me había atado, medía unos tres o cuatro metros de alto. El cable solo era lo suficientemente largo para que yo pudiera moverme alrededor del cactus sin pincharme.

Traté de desprender el cable, pero lo había fijado con unas bridas de punta metálica que no cedían, traté de aflojarlas con los dientes, intenté de cortar el cable con rocas, probé sacar la mano de las esposas y lo único que conseguí fueron más heridas.

Debían ser entre de las diez o las once de la mañana, el calor se tornaba cada vez más agobiante y la sombra de mi cactus se hacía más pequeña.

Casi sin fuerza me arrastré hacia adelante para refugiarme en la poca sombra que quedaba. Ya no podía más, el cansancio, la sed, el calor, el dolor, eran insoportables. No tenía más agua, ni fuerzas, ni ganas de luchar. Como puede me recosté en el suelo y cerré los ojos deseando que la muerte llegara pronto y acabara con aquella agonía.

El sol brillaba tanto, yo veía su luz aun con los ojos cerrados y de pronto, sombras negras comenzaron a danzar sobre mí. Sabía lo que eran, buitres esperando el banquete.

Nunca me habían gustado los buitres, recuerdo que la primera vez que los vi de cerca me parecieron aterradores. Sabía que podían destrozar el cadáver de un coyote en menos de un día sin dejar ni siquiera los huesos, los había visto a través del alambrado y la idea de que hicieran eso conmigo me resultó atroz, así que me senté para demostrarles que seguía viva.

 Sabía que podían destrozar el cadáver de un coyote en menos de un día sin dejar ni siquiera los huesos, los había visto a través del alambrado y la idea de que hicieran eso conmigo me resultó atroz, así que me senté para demostrarles que seguía viva

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Cada vez tenía menos sombra, me arrastré hacia adelante otro poco hasta quedar a centímetros de las espinas. Entonces me di cuenta que la lucha para liberarme había dejado marcas en el tronco del saguaro y se me ocurrió, que a lo mejor podía romper el tallo del joven cactus. Jalé con fuerza para ver qué pasaba y el espinoso candelero se tambaleo inclinándose ligeramente hacia mí. No quería que esa cosa me cayera encima, eso era seguro, entonces me paré y comencé a patearlo por un costado. Era más duro de lo que esperaba, mi bota comenzó a arrancar las capas más superficiales del tallo pero por dentro tenía unas  varillas bastante duras.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora