👑Capítulo IV👑

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Habían pasado dos noches desde que me había encerrado en esa habitación. Aquel era el único lugar en donde me sentía a salvo y tranquila, porque no confiaba en las personas que se encontraban detrás de la puerta y seguían con sus vidas como si nada hubiera sucedido.

A pesar del tiempo transcurrido, continuaba estando asustada y me costaba dormir. No era capaz de cerrar los ojos durante mucho tiempo porque temía despertar y encontrarme en otra parte, mucho más expuesta y perdida de lo que me encontraba en esos momentos.

Ese hombre me había entregado para que el otro hiciera conmigo todo lo que pasara por su retorcida mente. Estaba bien que no confiara en mí porque era una completa desconocida, pero que me hubiera entregado como si yo fuera una simple botella de plástico era demasiado.

Resultaba evidente que desde un comienzo ese hombre había deseado matarme y también era del conocimiento de todos que le desagradaba mi presencia, pero regalarme... Él había sobrepasado los límites.

Yo jamás me hubiera atrevido a hacerle algo así a nadie, ni siquiera a mi peor enemigo.

— Levántese. — Me sobresalté al escuchar una voz y alcé la cabeza.

Me había sumergido tanto en mis pensamientos que ni siquiera escuché cuando abrió la puerta.

Rápidamente retrocedí y me puse de pie, solo para no encontrarme en una mayor desventaja. Él podía ser más alto y fuerte, pero si me s ele ocurría hacerme algo mientras estaba sentada no iba a tener oportunidad de huir o defenderme.

Me encontraba molesta y no lo había sabido hasta ese momento. Verlo allí, de pie frente a mí y a punto de darme órdenes o insultarme, aumentaba el malestar que había en mi interior.

Estaba cansada de sus malos tratos, de sus constantes faltas de respeto y de ser tratada como si hubiera cometido algún delito imperdonable.

— Salga. — Dije con el mismo tono demandante que él había utilizado desde que yo había llegado a ese lugar.

— Este es mi castillo, espía, no puede darme órdenes y echarme de lo que me pertenece. — Dio un corto asentimiento. — Ahora mujer, salga. — Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y me miraba desde arriba con frialdad.

Me observaba como si frente a él se encontrara un insecto.

— Adivine qué, gran genio. — Quise gritar y estampar mi cabeza contra la pared cuando aquellas palabras se escaparon de mi boca.

Ya no había vuelta a atrás. Sus ojos estaban sobre mí y no estaba dispuesta a bajar la cabeza después de todo lo que había hecho.

— No me importa si este es su castillo o el de la reina Isabel. — Continué hablando. — Esta habitación... — Pisé con fuerza y en repetidas ocasiones el suelo que había bajo mis zapatos. — Se me fue asignada y si yo digo que usted sale, sale. ¿O qué? ¿Hay alguien más a quien me vaya a regalar para que abuse de mí y me golpee hasta el cansancio? — Le estaba gritando y su expresión de asombro era la misma que yo habría tenido en esos momentos si no hubiera estado tratando de hacerme la valiente.

Su rostro poco a poco fue recuperando esa seriedad y frialdad que lo caracterizaba. Cuando abrió la boca para responderme lo interrumpí, haciendo mucho más grande el hueco imaginario en el que ese hombre lanzaría mi cadáver para que fuera devorado por los insectos.

— No, no. Cierre la boca y escúcheme bien, rey de los imbéciles. No me interesa si le agrado o no, debe respetarme. ¿Cree que me gusta estar aquí? No, en absoluto. Aborrezco ver su cara todos los días y estar en este lugar que se encuentra más de dos mil años atrás de donde vengo yo, así que deje de molestarme. Pronto me iré y tendrá su tonto aposento vacío para que pueda entrar cuantas veces le salga del trasero. — No supe cuándo, pero me había acercado demasiado a él y había estado golpeando su hombro con mi dedo índice.

Destino Medieval© EE #1 [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora