👑Capítulo XXXIII👑

4.7K 482 53
                                    

Malek pov

Con el alba, mientras Beth descansaba a mi lado en el lecho, no creí que tendría que tomar la espada y vestir mi armadura para proteger a Britmongh de una vil y cobarde traición. Prifac, ese reino que gozó de nuestras riquezas, poder y lealtad, deseó atacarnos sin que pudiéramos defendernos. Desearon acercarse a mis tierras, tomarlas como suyas y ejecutarnos a todos, pero no lo permitiría.

No temía por mi ejército y tampoco por mí porque portábamos la gloria y el honor de un reino bendecido por el Señor. Confiaba en las hazañas de mis hombres, pero temía por mi pueblo y mi reina. Ellos debían estar preocupados, esperando a ser protegidos por nosotros y Beth... Mi mujer era audaz y sabia, pero también débil, inocente y temerosa.

Elizabeth no tuvo que decirme que temía, con observar sus ojos lo supe. Deseé permanecer a su lado, abrazarla y jurarle que ejecutaría a todo aquel que quisiera ingresar a mis tierras, pero no pude hacerlo. Como rey, debía proteger a mi pueblo y si me quedaba con ella procuraría su bienestar ante todo.

Si un traidor tocaba uno de sus cabellos...

Mi reina no debió estar entre medio de la espada de Prifac y la de Britmongh. Ella no tenía que haber pasado por eso, pero fui egoísta. La amaba tanto que no podía pensar en reinar sin su presencia.

— Elizabeth...— Murmuré.

Me causaba malestar que la traición de Prifac fuera cercana al ataque en contra de mi mujer. Ella habría dicho que era demasiada casualidad para su agrado, pero yo no creía en su difineción de esa palabra.

Las casualidades no eran reales. Estaba el destino, que gracias a eso pude conocer a Beth y existían las traiciones.

— ¿Dónde están? — Escupí con malestar.

No deseaba estar lejos de Beth, mi pecho dolía de tan solo pensar que se encontraba temerosa y llorando. Quería cabalgar hacia el castillo, buscarla y abrazarla.

Ser rey poseía sus ventajas, como lo era el poder y la riqueza, pero también había desventajas y una de ellas era estar frente a un ejército que haría lo mismo que yo. Si huía, mi pueblo perdería su fe en mí y se echarían a morir, pero si luchaba, nuestras armaduras resplandecerían con honor.

Mi ceño se frunció mientras observaba las tierras frente a nosotros. No había soldados enemigos, pero escuchaba sus rugidos de guerra a la lejanía. Giré la cabeza para ver por dónde nos atacarían, pero mi pecho dolió al ver que se encontraban ingresando a mis tierras por detrás.

Malditos cobardes.

— ¡Fue una emboscada! ¡Atacan el pueblo! — Grité con todas mis fuerzas y comencé a cabalgar lo más rápido que era posible.

Cuando ingresamos a Britmongh mis soldados no dudaron en ejecutar a todo aquel prifactano que tratara de impedir que llegara al castillo. Tuve que luchar contra algunos hombres que yacían protegiendo la entrada y aunque eran salvajes, mi armadura y espada resplandecieron una vez más.

En mi cuello había algo que me causaba malestar, era como si un hombre me sujetara con fuerza e impidiera que pudiera respirar como era debido. Deseaba echarme a llorar como un crío que se hallaba en medio de una guerra sangrienta.

De un salto, bajé del corcel para acabar con la vida de otros soldados enemigos que me impedían la entrada al castillo y aunque fui rodeado y herido, ataqué sin piedad hasta que sus cuerpos cayeron al suelo. Cuando acabé con ellos, caminé sobre sus cuerpos y empujé la pesada entrada, encontrándome con algunos sirvientes que yacían sin vida.

Corrí por el castillo gritando su nombre, ingresando a cada aposento y preguntando a los servidores que se encontraban heridos, pero nadie sabía en dónde se encontraba mi reina. Ella no se hallaba en ninguna parte y temí que hubiera sido tomada por el enemigo.

Destino Medieval© EE #1 [En Edición]Where stories live. Discover now