🇴 🇳 🇨 🇪 

31.8K 2.8K 847
                                    

Xanthe despertó enredada entre las sábanas, podía escuchar con claridad el ambiente animado que circulaba por las calles de Río durante la mañana

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Xanthe despertó enredada entre las sábanas, podía escuchar con claridad el ambiente animado que circulaba por las calles de Río durante la mañana. Sorpresivamente su cuerpo se encontraba descansado y su humor había mejorado con creces. Visualizó a Edward sentado en la pequeña mesa del comedor mientras miraba hacia fuera, evitando la luz del Sol.

La pelinegra se colocó su vestido con rapidez antes de acercarse al contrario.

— Hey...—dijo con suavidad, el joven frente a ella parecía un poco ido, Xanthe no vio bien comenzar con los típicos comentarios que haría tras una noche así—, ¿estás bien?—Edward no respondió, movió levemente su silla y tomó la cintura de la humana para acercarla hacia él. El cobrizo la estaba abrazando, parecía un niño asustado—. Oye, cualquiera diría que te arrepientes—rió Xanthe, en respuesta recibió una negación de cabeza—, entonces, dime qué sucede.

Edward levantó la cabeza levemente, mirándola directamente a los ojos.

— ¿Estás bien?

La pelinegra abrió los ojos en grande, ¿tanto drama porque estaba preocupado?

— Claro que estoy bien, no seas tonto, ¿por qué estaría mal?

— Ve a darte una ducha, pediré comida en cuanto salgas.

Xanthe asintió mientras se deshacía del abrazo.

— Espera, ¿puedo usar tu ropa?

Ante la confirmación del cobrizo, la menor salió disparada en dirección al baño. Así habían pasado unas semanas, la rutina se había simplificado a salir a explorar las calles de Río, Xanthe terminaba siempre en alguna playa bañándose desnuda bajo la luz de la Luna mientras Edward la admiraba desde la arena. En ocasiones, la pelinegra había conseguido que el mayor también se bañara con ella, pero la mayoría de las veces él prefería quedarse fuera y observarla.

Aquel día Xanthe había decidido pasar algo de tiempo en el departamento que Alice había preparado para ella, no lo había utilizado en bastante tiempo y el polvo lentamente había comenzado a acumularse. Además, debía dejar de utilizar la ropa de Edward, no había utilizado unos pantalones ajustados desde que había llegado a Río.

Eran alrededor de las cuatro, el Sol pegaba fuerte y el calor que allí hacía comenzaba a ser sofocante. La pelinegra había abierto todas las ventanas, los muebles volvían a estar impolutos y el olor a flores conseguía entrar por el balcón. Xanthe por primera vez en mucho tiempo podía decir que era completamente feliz, se sentía feliz y aquel sentimiento le agradaba inmensamente.

Lo único que la molestaba era un ligero malestar en el estómago que no había desaparecido desde hacía una semana. Xanthe había ido al hospital, más lo único que había obtenido por respuesta era que quizás el estilo de comida de Brasil no le estaba sentando bien. Tanto Edward como Xanthe no dudaron ante aquella contestación. Su período había llegado con normalidad, y en cierta forma la pelinegra no estaba preocupada por ello, confiaba en los métodos anticonceptivos que utilizaba. Tampoco había hecho asco a ninguna comida, por lo que estaba segura que aquello no podía ser, más aún cuando un doctor lo confirmó días después.

No fue hasta que el Sol bajó que Xanthe decidió volver al departamento de Edward, caminó con ánimo por las calles del barrio, la misma señora de siempre seguía regalándole una rosa cada vez que la veía pasar, y Xanthe siempre le agradecía con un cálido abrazo. La música comenzaba a soñar nuevamente, era viernes y la ciudad lo hacía saber.

Cuando Xanthe entró al departamento, éste se encontraba en completa oscuridad, únicamente una ventana estaba abierta. Xanthe llamó el nombre del contrario varías veces sin obtener respuesta, encendiendo las luces, comenzó a caminar por la estancia tras cerrar la puerta. Las cosas seguían en su sitio, Xanthe siguió caminando hasta que tropezó con los últimos pedazos destrozados de un teléfono.

La pelinegra se sorprendió, agarrando varios de los pedazos llamó en voz alta al cobrizo, otra vez. Tampoco obtuvo respuesta. Dio varias vueltas alrededor antes de reparar en una pequeña hoja de papel sobre la mesa, la tomó entre sus manos y la perfecta caligrafía de Edward se hizo presente ante sus ojos.

«Lo siento. Cuídate.»

Xanthe comenzó a reír, parecía una mala broma.

— Venga, Edward, no tiene gracia—siguió diciendo en voz alta, su risa cortando sus oraciones—, venga ya, sal de una vez—la risa comenzó a hacerse más grave—. No tiene gracia.

Para cuando se quiso dar cuenta, las lágrimas habían comenzado a brotar de sus ojos, su respiración era irregular y el hipo se había hecho presente en el llanto. Su pecho dolía, no quería creer que realmente se había ido, se negaba a creerlo. No había dudado en dejarla y abandonarla como a un perro sin ni siquiera despedirse de ella, sin explicarle las razones. Habían estado planeando un viaje turístico a la selva amazónica, y Xanthe sabía que el cobrizo había aceptado ya que el lugar tenía tantos árboles que el sol no conseguía traspasar mucho entre ellos, había descubierto que no le agradaban los rayos del Sol.

— No, no he llorado nunca por algo así y no voy a empezar ahora. No se llora, Xanthe, llorar no es la solución. Llorar no sirve para nada—trataba de convencerse.

Xanthe se enderezó y se limpió las lágrimas con rudeza aunque estas no pararan, era la primera vez en su vida que la habían botado tan descaradamente y no iba a dejar que aquello la hundiera por más que doliera. Xanthe no se iba a dejar pisotear por un simple hombre. Abrió el armario y sacó de éste el vestido negro que había utilizado la noche que se encontró con Edward y lo guardó dentro de su bolso, luego emprendió rumbo hacia su departamento para tomar unas cuantas prendas de ropa más y su bolso de viaje.

Partió a la mañana siguiente hacia su destino turístico. Había cambiado el viaje nocturno a la mañana, se negaba a seguir viviendo como un murciélago durante más tiempo. No dudó ni un instante en despedirse de la amable señora que había estado regalándole flores durante tantos días, Xanthe volvió a insistirle en pagarle más ella nuevamente se negó. La pelinegra le dio un último abrazo antes de irse para siempre, dudaba que volviera a Río, y aquello —mas el repentino abandono que estaba experimentando— la hizo llorar frente a la mujer.

Su ruta turística comenzó dos días después de la llegada a su destino, Xanthe estaba completamente emocionada y prestaba atención a todo lo que él guía decía (claro que era todo lo que lograba entender), intentaba distraerse lo más posible y aquella ruta era lo que necesitaba para no pensar en ello. Sabía que la selva era bastante peligrosa por lo que estaba completamente alerta ante cualquier situación. Habían cruzado en su camino bastantes tipos de animales que fascinaban a la humana.

Es por esto que-

La voz del guía desapareció, Xanthe no logró escucharla más ya que un pitido agudo remplazó aquella voz. La pelinegra se quedó sin habla, su respiración se había estancado y sus ojos se abrieron con fuerza, podía jurar que había notado algo moverse dentro de ella.

El pánico se apoderó de su cuerpo e intentó llamar al guía y continuar el camino por el que iban anteriormente, más el pitido de hacía cada vez más fuerte. Xanthe estaba comenzando a desesperarse. Fue capaz de enderezarse levemente y mirar a su alrededor, más lo que vio no la hizo sentir más tranquila. El camino por el que estaban yendo, aquel camino marcado ya no se visualizaba frente a ella y, además, estaba completamente sola.

El pitido golpeó nuevamente con fuerza, haciendo que su vista comenzara a distorsionarse. Xanthe no dudó en sentarse para evitar caer desde arriba, era consciente de que se iba a desmayar.

Antes de que su vista se volviera negra, Xanthe fue consciente de una cosa: se había perdido en la selva amazónica.

DESIRES; edward cullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora