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Rabia

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Rabia.

Impotencia.

Miedo.

Contadas estaban las veces en las que Xanthe Swan había sentido miedo, en las que había sentido aquella extraña sensación de ahogamiento en su pecho.

La joven se podía considerar a sí misma como alguien que no tenía algo a lo que temer, alguien que había estado incontables veces en situaciones peligrosas por culpa de su hermana como para ir temiendo cada pequeña situación a la que se enfrentara. Sin embargo, justo en aquel instante en el que vio la rojiza sangre brotar del hombro de su pequeña, sintió el mayor de los miedos. Un terror indescriptible que se instaló en lo más profundo de su ser.

La rabia hizo compañía al miedo, rabia que apaciguó levemente al ver a Edward acabar con la insignificante vida de aquel lobo.

— Mamá...

La casi inaudible voz de su hija llamó, la pelinegra no dudando en arrodillarse frente a su hija.

— Hola, esfera—la sonrisa que había intentado mostrarle a su hija se había transformado en una extraña mueca que hizo sonreír a la niña.

— ¿Renesmee está bien?—preguntó la menor.

Xanthe calló, sorprendida.

Aithne estaba preocupada por Renesmee, por la niña con la que había llegado a un acuerdo de llamarse entre ellas hermanas. La de cobrizo cabello era la que estaba en el suelo, sangrando en abundancia pero aún así estaba más preocupada por la híbrida. La vampiresa sonrió hacia ella, sentía angustia y, para qué mentir, algo de envidia. Renesmee y Aithne no habían vivido tanto tiempo en este mundo, tampoco llevaban mucho tiempo conociéndose, sin embargo se trataban con un amor y una complicidad que a Xanthe le hubiera gustado experimentar con su hermana.

Más ahí estaban ellas, intentando matarse la una a la otra.

De cierta forma, y a pesar de la situación en la que ambas se encontraban, Xanthe agradecía que Aithne y Renesmee se tuvieran la una a la otra. En los últimos días en los que habían estado juntas y en los que Xanthe pudo observar la situación, la pequeña Cullen había desarrollado un extremo apego a su hija, recogía flores y, entusiasmada, iba a mostrárselas a Aithne antes que a nadie; también aceptaba ser peinada por la mayor aunque su cabello terminara luciendo similar a un nido de pájaros, y también compartía sus dulces cuando Aithne parecía estar algo decaída.

Renesmee sentía un enorme cariño por su hija y viceversa.

Xanthe no podía negar que al principio había sentido cierto resentimiento hacia la menor, aunque dijera que no tenía la culpa de nada y que aquello era cosa de sus padres, sus propios sentimientos no la dejaba evitar sentir resentimiento hacia la híbrida. Pero, aquel sentimiento desapareció tan pronto como Renesmee se hizo cercana a su hija, tan pronto como se acercó a Xanthe una noche y le prometió que protegería a Aithne con su vida. Aquello le había causado cierta gracia a la pelinegra, Renesmee era menuda e igual de inexperimentada que Aithne, aunque quisieran ninguna podría proteger a la otra, más la vampiresa sonrió en grande y le agradeció con un abrazo.

Renesmee salió corriendo luego de eso para contarle a Rosalie, con un inmenso entusiasmo, que Xanthe le había dado un abrazo.

La pelinegra había suspirado, deseando que las cosas hubieras sido así de pacíficas desde el principio.

— ¡Cuidado!

El grito de Esme la devolvió a la realidad, cuando giró su cabeza el cuerpo de Isabella cayó sobre el suyo y la lanzó varios metros atrás. La pelea se escuchaba cada vez más y más cerca y aquello definitivamente sería un problema.

La mayor gruñó, sus ojos ahora de un negro escalofriante.

Isabella no tardó en lanzarse nuevamente contra ella, sus manos directo a su cuello y palabras ininteligibles saliendo de su boca.

Sam Uley había llegado a escena justo en el momento en el que Xanthe conseguía ser lanzada por Isabella contra uno de los tantos árboles alrededor. El lobo no tardó ni un instante en abalanzarse contra la vampiresa y tomar su cabeza entre sus colmillos y comenzar a apretar.

— Te huele el aliento—se quejó, seguidamente dirigió su puño a la garganta del licántropo y golpeó con fuerza. Xanthe había escapado del lobo, pero no de su hermana.

Isabella tomó el cabello de su hermana y la arrastró varios metros atrás, Xanthe fue soltada de golpes, no esperando que la mayor no dudara un segundo en volver contra ella. Sus brazos no fueron lo suficientemente rápidos como para evitar el golpe que la contrario le propinó, su cabeza se hizo hacia atrás, dos grietas formándose en su cuello.

Xanthe gruñó, la rabia brotando por su cuerpo.

La pelinegra se abalanzó contra Isabella, su mano izquierda en el cuello de la contraria y la derecha agarrando uno de sus brazos. La mayor nuevamente se encontraba en el suelo, con su hermana encima mientras se gritaban la una a la otra.

Xanthe había conseguido atrapar los brazos de la contraria entre sus piernas, evitando que se defendiera o consiguiera escapar.

— Tú sola buscaste esto, Bella.

La mayor rió, soltó una carcajada, una risa que rara vez había escuchado la menor en su hermana.

— ¿Yo lo busqué? ¿Yo? No, Xanthe, fuiste tú quien lo buscó.

— ¿Qué busqué? ¿El no dejarme humillar por ti? ¿El no dejarte matarme?

— Aún sigues con eso, deberías superar que aquello fue un juego de niños, no fue tan grave.

Fue el momento de Xanthe para reír.

— Un juego de niños... ¿no fuiste tu la que clavó un tenedor en la mano de una niña pequeña? ¡Aún tenía las malditas cicatrices! Cuando quisiste ahogarme en la piscina, cuando fuimos de campamento y me dijiste que fuera por un camino totalmente distinto al del mapa, ¡cuando me convenciste para ir con aquel hombre extraño del centro comercial! El intento de asesinato no es ningún juego de niños, Isabella.

— Yo no pedí una hermana.

— Y yo no pedí que el hombre al que amo me abandonara por alguien como tú. Las cosas no salen como uno quiere.

Isabella bufó.

— Esta vez, sí.

Antes de poder cuestionar, la figura lobuna de Sam Uley se lanzó contra ella y encajó sus colmillos en su cuello, evitando que se moviera o pudiera llegar a su cuello nuevamente. Isabella no perdió ni un segundo y se dirigió a su destino. La pelinegra seguía intentando librarse de el gran lobo negro que la retenía, cada uno estaba intentando defenderse de alguien y no podía darse la vuelta sin dañar su cuerpo.

Joder. Xanthe estaba en pánico, no podía deshacerse del licántropo y aquello la estaba haciendo entrar en un estado de nervios que jamás había experimentado. Todo empeoró cuando, justo frente a sus ojos, el cuerpo de Esme fue lanzado con violencia hacia algún lugar entre los árboles que aún no habían sido derribados.

— ¿Decías que las cosas no salen como uno quiere?

La voz de su hermana llamó su atención. Isabella tenía entre sus brazos a su hija, la niña aún sangraba y sus ojos estaban inundados en lágrimas.

» Permíteme discrepar.

Una mueca se instaló en su rostro, levantó su mano y la dirigió con fuerza hacia donde el corazón de Aithne se encontraba, perforando su pecho, recibiendo un grito ahogado de la híbrida.

Allí, en mitad de aquel lugar, Isabella sonrió burlona mientras apretaba hasta reventar el pequeño corazón de la híbrida.

DESIRES; edward cullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora