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Tal y como habían indicado, los Volturi aparecieron en cuanto la nieve cuajó

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Tal y como habían indicado, los Volturi aparecieron en cuanto la nieve cuajó. Los Cullen habían conseguido reunir testigos y aliados suficientes para poder defenderse de ellos, más dudaban que aquellos que creían ser superiores los dejaran escapar con tanta facilidad.

Estaban frente a frente reunidos, con el clan Cullen intentando dialogar frente al grupo contrario para evitar la guerra. Fue la llegada de la pareja faltante del clan Olímpico lo que hizo relajar a varios de ellos, sobretodo a Edward. La tensión se palpaba en el aire, y deseaba no participar en cualquier tipo de enfrentamiento que pusiera en riesgo la vida de su familia.

— Alice, cuánto me alegro de verte—la voz de Aro se escuchó con claridad. Nadie hablaba, nadie de movía.

— Tengo evidencia de que la niña no será un riesgo para nosotros, te mostraré.

Edward escuchaba atentamente los pensamientos tanto de Aro como de Alice, proyectando las imágenes en su cabeza a medida que pasaban. No tenía duda de que ganarían pero, ¿valía la pena la pérdida de tantas vidas? Edward dudaba que fuera así, más aún cuando Alice había dado a entender que la ayuda estaba en camino.

Las facciones de Aro cambiaron por completo cuando la proyección de la visión de la Cullen se detuvieron. Edward tomó con cuidado la mano de Isabella, indicándole que todo estaría bien.

— Ahora lo sabes, es tu futuro si no decides cambiarlo—advirtió la vampiresa.

— No podemos hacer eso, la niña sigue representando una gran amenaza.

Edward saltó ante estas palabras.

— ¿Y si aseguran que se mantendrá a salvo del mundo humano, nos dejaríais ir?

Alice giró su rostro hacia su hermano y asintió con levedad.

— Por supuesto, pero eso no puede saberse.

— En realidad sí.

Ambos hermanos volvieron a sonreírse antes de voltear hacia el frondoso bosque por el que la pareja había vuelto. El silencio que se había formado se opacaba con el caminar de cuatro personas. Nahuel y Huilen caminaban en frente, ocultando a Keon y Aithne de los ojos ajenos. Los pequeños adornos de Nahuel dejaban rastros en la nieve que Aithne iba deshaciendo con sus pasos.

La menor podía sentir la mirada de todos en ellos y aquello no le molestaba en absoluto, su amor a la atención lo había heredado de su madre.

— Papá—llamó Aithne. Tanto Nahuel como su tía ni se inmutaron, ambos sabían de cómo se trataban los presentes mutuamente, la única que desconocía aquello era Xanthe—, ¿por qué caminamos tan lento?

El castaño pasó su brazo por los hombros de la pequeña y la atrajo hacia sí.

— Tu madre nos pidió que le diéramos dramatismo a la escena.

DESIRES; edward cullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora