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Lauren Melnyk corrió con paso violento hacia las puertas de salida principales del Hospital Martina Hope Memorial y se arrojó al caos. La lluvia caía en cascada, mucho más fría de lo que tenía derecho a ser para Los Ángeles. Esquivando un carrito de emergencia, seguido de una camilla, hizo malabares con el precioso cargamento en sus brazos.

–¡Doctora Melnyk!– alguien gritó.

Ella no reaccionó al principio.

–¡Melnyk!– la persona lo intentó de nuevo. –¿Lauren Melnyk?

Se volvió hacia la voz. –¿S..sí?– El agua le cayó en la cara, salpicando sus ojos mientras se inclinaba hacia la luz, y la silueta se recortaba dentro de ella. Parpadeó para alejar la lluvia. Su cola de caballo rubia se sentía como un bulto empapado, y el agua se le había atrapado dentro del cuello. Tenía las manos demasiado ocupadas para ajustarse la camisa.

Un hombre alto, de rasgos tensos, vestido con una bata blanca, le gritó por encima del rugido de la lluvia, con el dedo apuntando salvajemente detrás de él. –Lleve esos paquetes de sangre al doctor Méndez, lo antes posible. Necesita al menos tres unidades.

–¿Quién?– Ella le dio una mirada insegura.

–Ah, mierda, cierto. Es su primera semana, ¿no?– Sin esperar, agregó: –¿Conoce a la Jefa?

Sus ojos se agrandaron ante la mención de la notoria Elizabeth Tierz. Ella tragó y asintió nerviosamente.

–Está bien, ella está allí, frente a la ambulancia accidentada. El doctor Méndez está adentro, estabilizando a un paciente atrapado con una arteria femoral cortada. El hombre perdió mucha sangre–. Señaló su paquete. –¡Así que rápido!

Lauren corrió de nuevo, saltando sobre un charco cuando llegó a la escena imposible: tres ambulancias destrozadas habían chocado de alguna manera.

Espió a la jefa de cirugía del hospital de inmediato. La doctora Tierz estaba de rodillas, bajo el resplandor de las luces, comprimiendo una herida en el estómago del hombre. Su hermoso cabello oscuro, ahora empapado, caía sobre su cuello. Sus facciones, serias y distantes, parecían aún más distantes en la desolación de la noche. Los ojos verdes de Tierz estaban fijos en su paciente.

–Quédate conmigo–, decía con voz autoritaria.

Lauren corrió frente a la pareja, agarrando su preciosa pila de paquetes de sangre O-neg. Su pie izquierdo golpeó un trozo de cinta adhesiva en el suelo. Buscó a tientas y su cargamento rebotó en sus manos. Los paquetes de sangre se alejaron dando volteretas, patinando en todas direcciones.

Con un grito ahogado, Lauren se giró, luchando para atrapar al menos a algunos. Mientras se retorcía, su talón pisoteó con fuerza un paquete. Un espantoso chorro rojo se disparó en una ducha que explotó por todo el rostro y el pecho de Tierz.

Lauren dejó escapar un gemido de dolor. ¡Oh, mierda! ¿Podría empeorar? Mierda, mierda, mierda.

La mirada incrédula de Tierz se posó en su propio pecho salpicado de rojo, luego cambió a indignación mientras miraba a Lauren. –Simplemente maravilloso–, gruñó.

–¡Oh Dios! lo siento... yo...– Se detuvo, viendo la mirada de advertencia de la otra mujer. Tierz le dio un minuto de sacudidas de cabeza. Y todavía estaba aplicando compresión a su paciente. Los ojos de Lauren se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que eso significaba. –Jefa Tierz... lo siento mucho. Los paquetes de sangre estaban ... la lluvia ... se resbalaron.

–Obviamente–, gruñó. –Consígalos. No hay lugar para la torpeza en este trabajo–. Tierz apretó un poco más la herida del hombre, haciéndolo gemir. –¿Por qué está aún parada aquí? Lleve esa sangre al doctor Méndez de inmediato.

I'ᴍ ɢᴏɪɴɢ ᴛᴏ ᴋɪss ʏᴏᴜ. I ᴍᴇᴀɴ ɪᴛ!/ SᴜᴘᴇʀCᴏʀᴘ / AUWhere stories live. Discover now