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—¡Kageyama, una vez más! —grita un chico bajito y pelinaranja.

Otro chico alto, de pelo negro, liso y ojos azules asiente con la cabeza y lanza la pelota de volleyball cerca de la red. El chico pelinaranja corre, salta y golpea el balón, haciendo que éste cruce la red y golpee el suelo.

Ambos chicos alzan el puño en señal de victoria.

—¡Hinata, Kageyama! Ya es tiempo de irse —exclama otro chico, un poco mayor.

—¡Sí, Daichi-san! —exclaman los aludidos y se ponen a recoger los balones.

En la cancha hay varios chicos de diferentes alturas y contexturas, pero todos pertenecen al equipo de volleyball de Karasuno. Están limpiando y arreglando todo para poder irse a sus casas después de un largo entrenamiento.

Al finalizar, se cambian en los vestidores y, por fin, salen de la escuela.

Caminan todos juntos, algunos conversando, otros bromeando y otros en silencio. Poco a poco, cada uno se iba despidiendo hasta que finalmente solo Hinata y Kageyama siguieron caminando juntos.

—Me da mucha pena pensar que en un par de meses Daichi, Sugawara, Asahi y Kiyoko se graduarán —dice Hinata.

Su interlocutor solo asiente con la cabeza.

—No me gustan las despedidas —continúa el pelinaranjo— sería genial si la gente que quiero estuviera conmigo para siempre.

Ambos continúan caminando en silencio unos cuantos metros hasta llegar a una bifurcación. Hinata se sube a su bicicleta, se despide con la mano de Kageyama y se aleja pedaleando.

El pelinegro lo ve alejarse y suspira. Aunque no lo quiera aceptar, está de acuerdo con Hinata. A él tampoco le gustan las despedidas.

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