XI

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—¡Kageyama!

Esa tarde, Hinata vuelve a visitarlo con su alegría y energía de siempre, pero borra su sonrisa apenas ve el rostro de su compañero.

—Me van a hacer la diálisis —le informa Kageyama, mirando la pelota de volleyball en sus manos.

—Oh... ¿cuándo?

—Mañana.

—Vaya. 

Hinata se sienta junto a él y le quita la pelota.

—Vas a ser como mitad robot, ¿no crees? —dice el pelinaranja haciendo girar el balón en su mano.

—De qué estás hablando, idiota.

—Piensa, Kageyama, vas a tener una máquina reemplazando una parte de tu cuerpo... ¡Serás cyborg!

Kageyama lo mira sorprendido y luego se ríe. Solo Hinata podría tomar una noticia tan espeluznante y convertirla en un comentario tonto, aliviando el dolor que siente en su corazón. 

—¿A qué hora será? ¿Puedo ver? —pregunta Hinata.

—No sé y no.

—¡Por qué no! ¿Acaso crees que no voy a soportar ver tu sangre saliendo de tu cuerpo para entrar a una máquina y después volver?

Kageyama lo mira con una ceja alzada.

—¿Por qué lo dices como si fuera algo genial? —reclama el pelinegro.

—Porque es genial. Además, si estoy contigo no vas a sentirte tan solo esas horas.

—¿Horas?

—Sí, como tres o cuatro.

—Y tú cómo sabes, enano.

—Me sorprende que tú no lo sepas, Kageyama.

Ambos se miran y vuelven a reír.

—No sé si puedas estar conmigo ni tampoco sé a qué hora será —dice Kageyama.

—Oh, vaya. Bueno, mañana vendré a la misma hora y me cuentas —dice Hinata despreocupado.

—Y qué pasaría si es en horario de clases.

—Quizás me escape, quién sabe —replica Hinata en voz baja.

—Eres un pésimo estudiante.

—Ja, mira quién habla. 

Siguieron conversando un par de horas más, hasta que Hinata se tuvo que ir.

Más tarde, la enfermera amable entra al cuarto de Kageyama y le explica qué es la hemodiálisis y cómo se le haría. Kageyama pregunta si puede estar acompañado, pero ella le dice que lamentablemente no. Pero puede llevar su celular o algún computador portátil para pasar el tiempo. 

Esa noche, Kageyama apenas puede dormir. 

Al día siguiente, muy temprano, la misma enfermera lo ayuda a sentarse en la silla de ruedas y lo lleva a una especie de salón muy amplio con seis sillones que se ven bastante cómodos. Cada uno tiene a su lado una máquina bastante grande, con unos cuántos tubos y una pantalla en la parte superior. 

Antes de sentarse, la enfermera le dice a Kageyama que se lave bien el brazo con agua y jabón en un baño que hay. Él obedece y cuando sale, la enfermera le pide que se siente en el sillón que está en una esquina, donde la máquina está encendida. El pelinegro se sienta allí, dejando su brazo apoyado con el antebrazo mirando hacia arriba.

La enfermera toma unos cateter que están unidos a través de un tubo a la máquina y se lo coloca a Kageyama. Él siente el pinchazo y mira hacia otro lado. La enfermera revisa que todo haya quedado bien y enciende la máquina. 

Kageyama ve cómo su sangre empieza a abandonar su cuerpo a través de esa sonda y pasa por la máquina, que no emite ningún ruido. Es una sensación extraña, que lo marea al principio, pero la enfermera le había dicho que eso era normal, al menos las primeras veces. 

Llega otra enfermera y la que es amable se retira. Mientras pasan las horas, van llegando otras personas, la mayoría de unos 50 años a hacer el mismo tratamiento que Kageyama. 

El pelinegro había llevado su celular, y ve películas para no aburrirse tanto. 

Cuando todo termina, la enfermera le saca el aparataje y lo lleva nuevamente a su habitación.

Se siente más cansado que nunca y cierra los ojos para dormir una siesta.

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