XIII

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A pesar de que su cuerpo adelgaza cada día y se siente más y más cansado, sobre todo después de las diálisis matutinas, el espíritu de Kageyama sigue fuerte y luchador. 

Sin embargo, un día que estaba intentando quedarse dormido, escucha a dos personas que entran a su habitación. Reconoce la voz de una de las enfermeras y la otra persona parece ser una auxiliar.

—Pobre chico —dice la enfermera en voz baja— tan joven y con un futuro prometedor en el deporte.

—¿Tú crees que lo logre? —dice la otra, también en voz baja.

—Su pronóstico no es bueno... No creo que pueda durar mucho más...

Ambas mujeres se van, dejando a Kageyama en blanco.

Al día siguiente, hace todo de manera mecánica. La diálisis, comer, descansar. 

—¡Kageyama!

La animada voz de Hinata lo hace reaccionar un poco, y le sonríe al verlo llegar.

—Hola, Hinata.

El pelinaranjo se acerca y se sienta en la camilla junto a él. 

—¿Estás bien? —le pregunta el chico.

—Hinata... creo que es mejor que no sigas viniendo —le dice Kageyama.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Lo dices porque no voy a entrenar? ¡No te preocupes! Entreno en las mañanas y durante los recreos, así qué...

—No, no es por eso.

—¿Entonces? —inquiere Hinata, confundido.

—Porque no me queda mucho tiempo, y no quiero que me veas debilitarme cada vez más hasta que... me apague.

—Kageyama...

—No, Hinata. Si te alejas ahora, después será menos doloroso para ti.

—¿De qué hablas? 

—¡De que me voy a morir, Hinata! ¡De eso te estoy hablando! —exclama Kageyama mirándolo con furia.

Hinata se queda perplejo unos segundos antes de contestar.

—Pero... estás en tratamiento y...

—Eso no importa, ya tengo los días contados. Cada día estoy más débil, siento mi cuerpo más pesado, estoy tan, tan cansado de todo...

—No te voy a dejar —le dice Hinata mirándolo a los ojos.

—No quiero que me veas así —replica Kageyama apartando la mirada.

—No te voy a dejar —insiste Hinata tomándole el rostro y volteándolo para que lo mire a los ojos— recuerda que tú y yo somos invencibles.

Kageyama ve la determinación de su compañero. No podrá hacerlo cambiar de decisión. Y eso, en el fondo, lo alivia. 

—Tengo tanto miedo —le confiesa el pelinegro.

Hinata lo abraza.

—Yo también —le responde el pelinaranjo con voz entrecortada— no quiero perderte. Quiero estar siempre contigo.

Kageyama lo abraza de vuelta. Sentir el delgado y cálido cuerpo de Hinata lo calma, pero solo un poco.

—Siempre estaré contigo —le dice Kageyama.

Hinata comienza a llorar. No quería mostrar debilidad frente a Kageyama, sobre todo porque sentía que era su responsabilidad mantener el ánimo de su compañero. Pero esas palabras rompieron su corazón. 

—Yo también... estaré contigo... siempre, Kageyama —solloza el pelinaranjo. 

Siguen abrazados un buen rato. No quieren que ese momento termine. Quieren estar así para siempre.

***

La mañana de un sábado su madre y su hermana van a visitar a Kageyama, pero al entrar a la habitación, ambas parecen ansiosas y más contentas de lo que habían estado durante todo ese tiempo.

—Tobio, tenemos buenas nuevas —dice su hermana sentándose a su lado.

—¿Qué cosa? —pregunta el pelinegro mirando a ambas mujeres. Está muy delgado, habla poco y en voz baja. Sus movimientos son lentos, casi como si su cuerpo le pesara una tonelada.

—Después de varios exámenes que te han hecho, el doctor determinó que eres candidato para un trasplante de riñón —le dice emocionada su madre.

—¿Qué?

—¡Sí! Cuando encontremos a un donador, te podrán poner el nuevo riñón y se acabarán las diálisis y podrás volver a casa y a la escuela —exclama su hermana igual de emocionada.

—Lo...¿lo dicen en serio?

—¡Sí, Tobio, sí!

Kageyama sonríe a más no poder. Hay una esperanza. Por pequeña que sea, pero ahora sí existe una esperanza.

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