XVI

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—Hinata falleció, hijo.

Las palabras de su madre quedaron en el aire, mientras Kageyama intentaba encontrarle sentido a esa frase. Se quedó inmóvil, mirándola fijamente.

—No —responde el pelinegro.

—Tobio...

—¡Por supuesto que no! —exclama el chico.

—Hijo...

—¿Por qué me mientes? ¡¡Estás mintiendo!!

—Tobio, por favor.

—No, no, no.

Kageyama niega con la cabeza y se tapa las orejas con las manos. No puede ser cierto, no puede ser cierto, no es verdad.

Su madre lo abraza fuertemente.

—No es cierto —grita Kageyama por última vez, sintiendo cómo su corazón se rompe en mil pedazos y las lágrimas salen a raudales de sus ojos.

—Tobio, Tobio —intenta calmarlo su madre.

—No... no... —dice el chico entre lágrimas, abrazando a su madre.

Cómo podía ser tan cruel el destino.

Su madre le acaricia el cabello, dejando que su hijo llore desesperadamente tanto como lo necesite. Sus gemidos son desgarradores y nada, nada puede aliviar el dolor de Kageyama, porque nada, nada podrá devolverle a Hinata.

***

La mañana siguiente, Kageyama aún tiene los ojos hinchados. Esa noche lloró hasta que le dolió la cabeza y las lágrimas se le acabaron.

Lo llevan a la diálisis y él se deja manejar como si fuera un muñeco. Ya no le importa nada. La diálisis, las agujas, los medicamentos. Se queda las tres horas mirando a la nada, recordando la risa de Hinata, su voz, su cabello, su alegría.

Ya no podrán hacer carreras.

Ya no podrán tener esas tontas peleas.

Ya no podrán entrenar juntos.

Ya no podrá darle un pase y verlo volar en la cancha.

Al volver a su habitación, se acuesta y se queda así hasta que alguien golpea la puerta. Entran su madre y el doctor.

Kageyama se incorpora y se sienta en la camilla.

—Hemos encontrado un donante —dice el doctor— ahora, solo falta que tú y tu madre den el consentimiento y te llevaremos a pabellón lo más pronto posible.

En otra situación, Kageyama se habría puesto muy feliz, pero ahora apenas reacciona.

—¿Puedo hablar un minuto con mi hijo a solas?

—Claro —responde el hombre y sale de la habitación.

Ella se acerca a Kageyama que aún tiene cara inexpresiva.

—Hijo... ya encontraron un donante... ¿no te alegra?

El pelinegro levanta y baja los hombros. Su madre le acaricia el cabello. Entonces, alguien abre la puerta.

—¿Kageyama?

El chico ve entrar una persona de cabello anaranjado y su corazón da un vuelco. Pero una mujer de mediana edad es la que aparece en su rango de visión.

—Sí —responde su madre soltando al pelinegro.

—Soy Hinata Harumi... madre de Shouyou.

Kageyama y su madre miran sorprendidos a la mujer. Ella se acerca con tranquilidad. Al verla de cerca, Kageyama logra distinguir algunos rasgos de Hinata, como sus ojos y la forma de la nariz, además del color del cabello.

—Mi hijo... hablaba mucho de ti —dice la pelinaranja con ojos brillantes— y... creo que deberías tener esto.

La mujer saca una libreta verde de su bolso y se la pasa a Kageyama.

—Y yo... estoy feliz de que tú seas quien lleve una parte de mi hijo contigo.

—¿Qué? —pregunta el pelinegro sin entender.

—Ese riñón que te van a trasplantar...

La pelinaranja no puede aguantar más las lágrimas y sale rápidamente de la sala.

Kageyama abre la libreta y reconoce la letra de Hinata.

—Me dejas leer esto, por favor —dice Kageyama a su madre con voz rasposa.

—Tobio, debemos decirle al doctor si aceptas la operación.

—Déjame leer esto, por favor.

Su madre asiente con la cabeza y sale de la habitación, dejando a su hijo solo con ese cuaderno.

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