VIII

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El día domingo, la enfermera llega a la sala para buscar al Kageyama. Tiene que hacerse una ecografía y una radiografía. A pesar de que el chico puede caminar, de todas formas ella lo lleva en silla de ruedas. 

Entran a otra sala y un doctor le dice que se recueste en la camilla. 

—Esto va a estar un poco frío —le advierte el profesional cuando apoya una especie de micrófono cubierto con gel en su abdomen.

Kageyama siente un escalofrío al sentir el aparato recorriendo su vientre. Miran en una pantalla y el chico recuerda todas esas películas y series donde a las embarazadas les hacen esto mismo y se siente muy extraño... un tanto embarazado.

El doctor mira las manchas en el monitor y asiente con la cabeza, pero no dice nada. Luego retira el aparto y le limpia el gel.

—Muy bien, ya puede llevarlo para la radiografía, señorita Hanako —dice el doctor a la enfermera.

Kageyama vuelve a sentarse en la silla de ruedas y se deja llevar a otra sala. Esta vez es más oscura y tiene una enorme máquina, además de otra pequeña salita con una ventana.

—Debes colocarte esto —le dice la enfermera pasándole una bata— puedes cambiarte en el baño.

Kageyama toma la prenda y se cambia. Cuando sale, hay otra mujer que lo llama con la mano.

—Recuéstate aquí, por favor —dice la mujer. Kageyama se recuesta y ponen sobre él unas placas que cubren casi todo su cuerpo, excepto el abdomen. Él mira con cara de pregunta.

—Son para protegerte —le informa la enfermera sin más explicación— Ahora, debes quedarte muy quieto. 

Luego, ella y la médico van a la otra salita con ventana, se colocan unas batas de plomo y encienden la máquina. Kageyama no ve ni siente nada, pero las mujeres vuelven con él y lo colocan de costado y vuelven a repetir el proceso. Luego lo giran al otro lado y lo mismo. 

—Bien, eso es todo —dice la médico— ya puedes colocarte tu ropa.

Kageyama se cambia nuevamente, se sienta en la silla de ruedas y vuelven a su habitación. 

—¿Por qué fue todo eso? —pregunta finalmente a la enfermera.

—Tenemos que revisar más a fondo el funcionamiento de tus riñones —le responde la enfermera— esto determinará si tendremos que hacerte hemodiálisis.

—Ah.

La mujer se va junto con la silla de ruedas, dejando al pelinegro lleno de dudas. ¿hemodiálisis? ¿Qué es eso?  

En la tarde, su madre y su hermana van a verlo. Ellas le cuentan sobre el estudio y el trabajo, además de otras trivialidades. Él les cuenta los exámenes que le hicieron.

—¿Qué es hemodiálisis? —pregunta el chico.

Su madre y su hermana se miran, dubitativas, antes de que la mayor empiece a contestar.

—Bueno, es...

Pero la voz de la mujer queda en el aire cuando otra voz la interrumpe.

—¡Kageyama!

Exclama Hinata entrando como una brisa de aire fresco, deshaciendo totalmente el ambiente tenso que se había formado.

—Hinata —responde Kageyama. 

El pelinaranjo se queda de piedra, viendo a la madre y hermana de su compañero.

—¡Buenos días! Un gusto conocerlas —dice el chico inclinándose. 

—Un gusto, Hinata —dice la madre de Kageyama con una sonrisa. 

—Siento si interrumpí su visita... yo puedo volver después...

—Claro que no, Hinata —dice la hermana de Kageyama— ven, no molestas para nada. 

El pelinaranjo se acerca y se queda de pie junto a la camilla de Kageyama. 

—¿Cómo estás? —le pregunta el pelinegro.

—Bien. ¿Y tú? 

—Igual que este último tiempo —responde Kageyama. 

—Hinata, tú juegas junto a mi hijo, ¿verdad?

—Sí, sí. Soy bloqueador central.

—Oh... —exclama la hermana. 

—Sí, es un enano y parece imposible —dice Kageyama— pero este chico puede saltar muy alto. Y alcanza casi todo los balones que coloco para él. 

—Prácticamente todos —responde Hinata.

—Claro, excepto cuando saltas y olvidas golpear.

—No vas a olvidar eso nunca, ¿verdad?

—Jamás. 

Hinata lo mira con el ceño fruncido mientras Kageyama ríe burlonamente.

—¿Qué quieren decir con eso? —pregunta la hermana.

—Fue en el torneo nacional, Miwa...

Kageyama y Hinata cuentan el partido del torneo nacional de primavera en el que participaron hacía solo unas cuantas semanas. También hablan de los entrenamientos y los demás partidos que tuvieron. Pasan cerca de dos horas, que se hacen nada entre risas y anécdotas. 

—Bueno, yo tengo que irme —anuncia Hinata mirando la hora en su celular, y luego se dirige a las dos mujeres— un gusto conocerlas.

—Igualmente, Hinata. Me alegro que mi hijo tenga un amigo como tú.

El pelinaranja se sonroja un poco y se inclina frente a ellas a modo de despedida.

—Nos vemos, Kageyama.

—Nos vemos, Hinata. 

El chico se va y queda la familia Kageyama, hablando de volleyball. A Kageyama ya se le olvidó la pregunta que le había hecho a su madre antes de que llegara Hinata y ya ni siquiera recordaba cuál era la palabra. 

Una Vez Más Where stories live. Discover now