Capítulo Doce

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CAPÍTULO DOCE

MASON

    No me puedo creer que acabe de bostezar sobre mi boca. ¿En serio? Con las ganas que tenía de besarla, y ahora no puedo porque me da miedo que se quede dormida con mi lengua en su boca. Río por mi ocurrencia, pero también porque ella se ríe. Music to my ears. Bueno, esto se nos está yendo de las manos. ¿Cuándo me he olvidado de que Lantana y yo nos llevamos a matar? Vale, quizás haya sido después de masturbarla y que me masturbara, pero eso no implica que de un momento a otro tengamos que ser amiguísimos.

No estoy para nada al día conmigo mismo, me paso mi filosofía y mis convicciones por el forro de los calzoncillos cuando la tengo delante. ¿Qué es eso de que su risa es música para mis oídos? Por Dios, es un claro indicio de un sentimentalismo que no quiero, que no estoy dispuesto a desarrollar.

    A mí el amor no me va, el amor me despierta el instinto de supervivencia con el que nacemos —casi—todos: no me acerco a las cosas que pueden acabar conmigo, y Lantana puede. Podría, si le dijera como, y en eso consiste el amor.

    —Perdón.

    —No pasa nada —digo, elevando de nuevo mi torso, pero sin alejarme de ella—. ¿Estás cansada? —asiente. Me quedo viéndola, con una lágrima cayéndole del ojo izquierdo. La atrapo con mi pulgar y acaricio su mejilla y, ante el toque, Lantana deja caer el peso de su cabeza en mi mano, cerrando los ojos y soltando un suspiro placentero.

Yo la observo desde arriba. Me lo está poniendo muy difícil.

    Lantana... Debería seriamente ponerme en eso de no llamarla así cuando estoy con ella, porque cualquier día me va a pedir explicaciones, como ha hecho hace unos minutos. Aunque creo que se ha creído que era otra persona, no que un idiota le había puesto el apodo de una flor. Dicho así suena de muy calzonazos, pero, qué puedo decir: no puedo ocultar mi verdadera esencia. Menos mal que no ha insistido, porque no estoy preparado para confesarme aún. No creo que nunca esté preparado para desnudar mi alma de esa manera.

    Mis labios se estiran en una sonrisa. Se le nota cansada, pero está tranquila.

    —Si sigues me voy a quedar dormida de verdad —susurra. Abre los ojos muy lentamente.

Sonrío con ternura. No voy a mentir, me sentiría incluso bien si se durmiera sobre mi mano con mis caricias. Y eso se puede interpretar de muchas formas, pero hoy vamos a tenerlo en cuenta solo en su contexto no sexual. Sus ojos azules resaltan en la oscuridad del ambiente, y parece que en cualquier momento se van a cerrar otra vez. Pero no lo hacen. Sigue viéndome, con una pequeña sonrisa. Mi corazón está dando piruetas en este momento, es una imagen que me altera. De una forma muy distinta a las que me tiene acostumbrado. ¿Y yo soy el que no quería saber nada del amor? Endereza su cabeza, alejándose de mi mano, que cae a mi costado secamente. Con una de sus manos envuelve la mía, y se la lleva a sus labios para dejar un beso y luego mantenerla  enlazada con la suya.

    Quedáis invitados e invitadas a mi funeral, porque ese gesto acaba de matarme.

    ¡No! ¿Cómo puedo estar tan tranquilo con esto si repudio los afectos cariñosos? No me parece justo que esta mujer anule partes de mí que me gusta conservar y tener en cuenta. ¿Veis? Otra cosa que causa el amor: hacerte olvidar quién eres. Te adaptas a la otra persona y llega un momento en el que, cuando piensas en la persona que eras antes de conocerla, no eres capaz de reconocerte. No quiero ser exactamente lo que ella quiere, quiero que me quiera exactamente como soy. Y no sé de muchas veces que eso haya ocurrido. Y cuando uno ve que la otra persona no está dispuesta a quererlo con sus cuatro cosas mal puestas, las cambia: las mejora, o las elimina, directamente. Cuando se empiezan a cambiar cosas por otra persona... ¿Cómo? ¿Que a mí antes de conocer a esta persona me gustaban las coliflores? Es una mierda de ejemplo, pero es el primero que se me ha venido a la mente. Las coliflores las puedes sustituir por todo lo que se te ocurra. Que sí, que no está mal descubrir cosas nuevas gracias a otro, no es dañino que alguien te descubra que te gustan los musicales, o que, al contrario de lo que pensabas, sí que te gusta madrugar. El problema viene cuando ves aquel musical que te enseñaron sin esa persona. ¿Qué ocurre? Dolor.

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