Capítulo Veintiuno

232 25 7
                                    

CAPÍTULO VEINTIUNO

MORGAN

    Dwindiota: Claro

    Morgan: estoy en tu puerta

    Seguramente me abra con cara de póker y se pregunte cómo coño he acabado aquí. Respuesta fácil: después de volver a casa y ver que Kirk y Connie estaban acurrucados en el sofá viendo una película, y no había ni rastro de Ivy, he decidido reconsiderar la propuesta de Mason, y he terminado cogiendo una maleta, al gato, cogiendo un taxi sin decir ni adiós, y esperando escapar del infierno en el que se ha convertido mi mente las últimas horas.

    No puedo dejar de pensarlo, de revivirlo. Quizás sería mejor si simplemente bloqueo el recuerdo y no lo pienso más, pero me ha impactado tantísimo, tanto su actitud, como mi reacción, que no puedo borrarlo de mi mente. El recuerdo me crea una emoción de malestar, de peligro, de querer mirar a todos lados para asegurarme de que no me está siguiendo nadie, que solo se ha apaciguado cuando Mason me ha abrazado en clase. No se ha ido, pero he sentido que nadie podía llegar a mí siempre que él estuviera abrazándome así. Y quiero sentir eso esta noche, para poder servirme de la sensación mañana, y pasado, y el otro, y así siempre.

    He tratado de convencerme de que no ha pasado de verdad: que el novio de mi amiga no me toqueteó, y que yo no me paralicé, que, de hecho, mi amiga no tiene novio y sigue siendo la misma drama queen razonable de siempre. No es así, y eso me duele, porque cada vez que intento pensar lo contrario, la realidad me asalta con más fuerza: sí que ha pasado, sí que te ha tocado, y sí que te has quedado más quieta que una momia de 3 mil años, Morgan, acéptalo.

    Pero no quiero. No debería tener que aceptarlo, no debería haberme pasado nada.

    La puerta frente a mí se abre de golpe, sobresaltándome.

    —Hola—tiene el ceño fruncido y la sonrisa doblada—. ¿Cómo es que estás aquí?

    —Tú me has invitado.

    —Pero me has dicho que no.

    Señalo tras de mí.

    —Si quieres me voy.

    —No, no—niega, y se hace a un lado para dejarme pasar. Coge a Son de entre mis brazos cuando se da cuenta de que lo traigo—. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

    Cierra la puerta con llave tras él, y me lleva a su habitación tomándome de la mano. Las manos de Mason, grandes y bonitas, suaves, me dan el mismo sentimiento que me han dado sus abrazos esta tarde, así que me tomo el atrevimiento de entrelazar nuestros dedos y darle un pequeño apretón que me devuelve.

Las luces de todas las estancias están apagadas, así que supongo que todo el mundo está en su respectiva habitación.

—No sé—me encojo de hombros—. Lo he pensado mejor—entro en su habitación, a oscuras, y me siento en su cama con mi mochila al lado. Enciende la luz y cierra la puerta—. Pero si es demasiado tarde o algo, puedo irme.

Sé que puede sonar a que quiero que me ruege y me repita que no quiere que me vaya, pero secretamente —no tan secretamente—, estoy esperando a que me de la patada en cualquier momento. Es Mason Dwin, por muy dulce, bueno, atento y romántico que haya estado siendo conmigo, no termino de fiarme de él al 100%.  No, te fías de él al 200%, porque si no no habrías venido justo hoy. Bueno, es verdad que confío en él, pero no me olvido de que ha estado dos años poniéndome verde y seguro que pintándome cuernos de diabla en todas las fotos.

—Déjate de tonterías, Lantana—suelta al gato en el suelo, y lo deja andar a sus anchas por toda la habitación—. No te he cerrado la puerta en la cara, eso es una señal, ¿no?

Derecho a másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora