Capítulo Ocho

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CAPÍTULO OCHO

MASON

    —Buenos días.

    Lantana no mueve la vista del suelo.

    —Hola.

    ¿Hola? ¿Ayer me hizo ver el cielo y esta mañana me ha dejado solo, y me dice "hola"? Me he llevado una desilusión esta mañana cuando me he dado la vuelta súper cómodo, esperando verla dormir o despertarse y mirarme nerviosa, pero lo único que he visto ha sido su parte de la cama vacía. No estaba, se había ido. Se había llevado su maleta, incluso. A ver, que no me he ofendido, que es normal que uno se quiera ir así de rápido si no quiere encontrarse con alguien que le cae mal y al que la noche anterior deshizo a base de caricias, a la mujer le daría vergüenza mirarme a la cara. Le da, porque no me mira.

    Yo quiero que me mire, primero para saciarme de mi dosis de Lantana diaria, luego para ver si puedo buscarla un poquito con lo que pasó ayer, a ver cómo reacciona.

    —Buenos días, Mason, ¿necesitas hacer algo antes de irnos? —Sí, ir a la farmacia a comprar condones y volver a la habitación con Morgan, un segundito, tardamos poco. Niego— Bien, pues entonces podemos...

    —Yo sí, tengo que ir al baño —interrumpe a Richter y sale disparada dentro del hotel, dejando sus cosas en el suelo.

    —Bueno... Pues habrá que esperarla.

    —O podemos irnos sin ella —sugiero. Pollock aparece a mi lado y se ríe—. No lo digo de broma.

    —Claro que no —se remanga la camisa—. Solo quieres que la dejemos para luego volver tú solo a por ella, ¿no?

    Río entre dientes.

    —Me lees el pensamiento.

    —¿Qué le has hecho? —pregunta, señalando con la cabeza el camino por el que se ha ido— Parece inquieta.

    Bufo.

    —¿Por qué he tenido que hacerle algo? —alza una ceja— ¡No le he hecho nada!

    —Mason, te gusta mucho buscarle las cosquillas, ¿qué has hecho?

    Me tengo que reír, porque sino, voy detrás de ella y cierro el baño con pestillo.

    No me molesta que Pollock se piense que he podido hacer algo, porque creo que sabe que, ante todo, la respeto, y que nunca haría nada que no me pidiese o ella también quisiese. Tampoco me molesta que Richter, apoyado en el coche, me evalúe y decida si soy gracioso, o simplemente gilipollas. Yo diría que ambas, pero me inclino más por la segunda, para qué mentirnos.

    —No le he hecho nada —repito, sonriendo—. Solo, quizás, puede, a lo mejor, nos hayamos entendido un poco.

    —¿Entendido? —asiento— ¿Cómo que entendido? ¿En qué sentido?

    —Bueno, tampoco os voy a contar mi vida, ¿no?

    —Tampoco es que nos interese —Richter acaba de decidir que soy gilipollas.

    Lo miro incómodo. No me molestaba que se lo pensase, pero que ya haya establecido que soy tonto del culo, pues sí que me molesta.

    —A mí sí —Me apoya Ted, poniéndome una mano en el hombro—. Cuéntamela.

    Gracias.

    —No es la gran cosa... —No le puedo contar lo que hicimos, porque nunca entro en tanto detalle con él, y porque él conoce a la otra parte, la cual no me ha dado autorización para contarle nada a nadie. Estaría feo— Solo estuvimos discutiendo un rato sobre lo que se había hablado en el congreso, viendo el vídeo que ella había grabado.

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