Epílogo

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EPÍLOGO

Diez meses después...

MORGAN

    —¿Pan de culata? ¿Puede ser? No recuerdo bien el nombre, lo siento.

    —Paniculata, sí—dice ella—. ¿Un ramo?

    Asiento sonriente.

    Esto me hace mucha ilusión, y quizás estoy exagerando, que podría ser fácilmente, pero estoy emocionada. Hoy no es un día especial: no es su cumpleaños, no es el mío, no es el de Son, no es nuestro aniversario... No hay nada que conmemorar, salvo que lo quiero mucho y quiero recordárselo.

    Estos meses en terapia me han enseñado varias cosas: que no hay nada como un buen profesional, que a llevar el dolor se aprende, y que querer es muy bonito. Pero querer en todas sus formas: querer poder, querer levantarse todas las mañanas, querer a alguien, querer hacer cosas, querer estar bien. Y no querer también: no querer estar mal. Pero también me han enseñado a abrazar esa parte de mí que hay días que se levanta con la voz cantante y me hace llorar con películas como High School Musical, porque también soy yo, y no soy menos válida por estar triste a veces, porque no se puede ser estable todo el tiempo.

    Mis padres vinieron con Ken, cuando ya llevaba un par de semanas yendo a terapia y me sentía mucho mejor. Les presenté a Mason como mi novio y la cosa fue bastante bien. Me hicieron bien los días que estuvimos juntos, los disfruté como una niña chica.

    Ahora vivo con Connie y Tarsha, una chica muy maja que se ha cambiado de universidad y buscaba piso compartido. De momento no hemos tenido ningún problema, más que sigue sin entender que Son no es un peluche, y que el baño sigue siendo sagrado. Pero es muy linda, no tengo quejas. Con Connie la cosa avanza, aunque seguimos sin estar en el punto en el que llegamos a estar, hemos vuelto a confiar la una en la otra, y puedo llamarla mi amiga. Y a Tarsha también, aunque a veces dude de si quiero una amiga que imita voces de famosos cuando se aburre. Y, hablando de amigas, Cara también entra dentro del grupo: no pensé que nos llevaríamos tan bien, pero se ha convertido en uno de los mejores apoyos, junto a su hermano. Aunque a Mason no lo supera nadie, la verdad.

    Mason, mi amor... Lo quiero con locura, pero a veces sigue sacándome de mis casillas y poniéndome de los nervios. Sabe arreglarlo luego, eso sí. Igual que yo, que tampoco me libro de ponerle los ojos en blanco —de varias formas—, y también tengo que compensárselo.

Sí, porque otra cosa que la terapia me ha dado, ha sido a mí misma: me ha devuelto a mi ser. Siento que vuelvo a ser yo, que vuelvo a sentir como antes, que vuelvo a hablar, y a sonreír como antes. Siento que he estado unos meses como en viaje astral, pero no de los de Connie, sino uno de verdad, en los que te separas de tu yo corpóreo y te ves desde arriba hacerlo todo, sin tú mandar en las acciones. Un desdoblamiento, así es como se llama. Pues desde hace ya meses, prácticamente desde la segunda sesión, siento que todo se ha vuelto a poner en marcha. Esa pregunta que tanto me hacía antes, que tanto me repetía, y me decía que no, ahora puedo responder en afirmativo. Sí, estoy bien, feliz, enamorada, empoderada, sana, consciente, cuerda.

Con una sonrisa, me apoyo en el marco de la puerta, con el ramo a mis espaldas, y lo veo atender en clase. En este último curso hemos cogido algunas optativas distintas, por lo que hay algunas clases que no nos coinciden. Eso en parte me ha ayudado a ampliar mi círculo: ya no solo me relaciono con él, he conocido a gente muy guay en otras clases y me siento más social y menos marginada.

Estoy... encoñada, no puedo no derretirme cuando me nota y me sonríe, y destila tanta  sexualidad, que no puedo con mis piernas. El profesor da por finalizada la clase, y mi John Bender se levanta y recoge sus cosas, robando vistazos hacia mi posición. ¿Cómo puede ser que no haga nada, y ya me tenga babeando? Literalmente lo único que hace es apilar los apuntes y meterlos en la maleta, acomodarse el gorro de la sudadera, y avanzar hacia la salida. Me quito de la puerta para dejar salir a la gente, y me apoyo en la pared de enfrente. Cuando lo veo salir y buscarme con la mirada, saco el ramo de mis espaldas y se lo tiendo. Su cara se ilumina con una sonrisa preciosa, y sus ojos oscuros se agrandan.

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