Capítulo Quince

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CAPÍTULO QUINCE

MORGAN

    —Ah —se queja—, Morgan, me vas a romper el brazo.

    Frunzo el ceño ante la ausencia del mote.

    —¿Dónde está el Lantana? —tarda un momento en reírse, dejando caer su cabeza sobre mi estómago. Le agarro del pelo no muy fuerte y  le elevo la cabeza para que me vea alzar las cejas, a la expectativa.

    —Lantana —dice con voz suave—, me vas a romper el brazo.

    Le sonrío, ahora sí, contenta, y arqueo mi espalda para que saque su brazo de debajo.

    Qué rápido han pasado las cosas: después de terminar subiendo yo primero,  con las manos de él sobre mis caderas dirigiendo mis pasos, y después de descubrir que estábamos solos en casa, no tardamos mucho en lanzarnos sobre el otro y aprovechar el tiempo. Y el espacio, porque nos hemos ido moviendo por mi habitación como una peonza: empezamos en la pared, hemos pasado por el escritorio, y hemos terminado en el suelo, después de manosearnos un rato en la cama. Ni estudiar ni nada, una casa sola es sinónimo de roce, y Mason y yo estábamos ansiosos por el otro, eso es un hecho.

    —Eso es —susurro con una sonrisa.

    —Al final te ha gustado, ¿eh? —vacila.

    —Pero no sé qué significa —espero que me lo revele, porque todavía no me ha dado por buscarlo en internet. Pero no me dice nada. Me encojo de hombros—. Es bonito.

    —Tú sí que eres bonita.

    Con el comentario de que enmarcaría mi falda se ha ganado subir al 35%, y con este último comentario, aunado a la mirada fija, la sonrisa tonta y los dedos acariciando entre mis pechos bajo mi camiseta con delicadeza, sube al 39% del tirón. El 1% hasta el 40 no se lo quiero dar todavía para que no se le suba a la cabeza. Me gusta, cada vez más, realmente.

    Intento esconder mi sonrisa tapándome la cara con el antebrazo, riendo. Él ríe y me lo aparta, bajando su cabeza para besarme lentamente los labios hinchados, de lo mucho que los ha besado ya. No sé cuánto tiempo llevamos metidos en estas paredes. Sé que Son no está aquí, se habrá quedado dormido debajo del sofá o detrás del váter. Pero no sé qué hora es, ni a qué hora hemos entrado, ni cuánto tiempo hemos pasado en cada una de las etapas de nuestra euforia caliente. Yo diría que, desde que hemos subido, han pasado, como mucho, cuarenta minutos. Eso siendo realistas, porque me lo he pasado tan bien con los labios y las manos de Dwindiota, que para mí el tiempo ha volado, y solo llevamos 5 minutos con las lenguas entrelazadas.

    En medio del beso me acaricia la mandíbula, el cuello, e insinúa quitarme la camiseta. Lo dejo, ya que yo le he quitado la suya hace un rato —o un momento—. No llevo la lencería más sexy, pero tampoco es que me importe, y tampoco creo que le importe a él. De hecho, ni siquiera se para mucho a mirarla, simplemente me pide permiso con la mirada para deshacer el broche delantero, y procede con mi asentimiento.

    —¿Por qué estamos en el suelo? —pregunto, justo antes de que lama mi pecho.

    —¿Y por qué no?

    —Es incómodo.

    Suspira fuertemente al levantarse. Me ve desde arriba, con una sonrisa fugaz y los ojos chiquititos. Le tiendo las manos para que me ayude a levantarme, pero, en vez de eso, me abre las piernas con su pie, y se coloca en medio, agachándose y abrazándome por la cintura. Suelto un grito y él una risa cuando siento cómo me alza. Envuelvo mis piernas en sus caderas, y su cara termina frente a mi pecho. Me sujeto con mis manos en su nuca.

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