Capítulo Trece

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CAPÍTULO TRECE

MORGAN

    Lo admito, a veces —siempre— pierdo la cabeza y digo cosas que no pienso, cosas que no siento, y que son todo lo contrario a lo que realmente hay en mí. Es algo que no puedo evitar, es una respuesta inmediata que tiene mi cerebro para defenderse, porque no le gusta equivocarse y, mucho menos, admitir sus errores. ¿Que me arrepiento de conocerlo? Bueno, a ver, no. Arrepentirme, como tal, no me arrepiento. Me alegro, de hecho, porque habría tardado mucho más en descubrir —o no lo habría hecho en absoluto— que se puede sentir más placer del que inicialmente pensabas que te cabía en el cuerpo. Y la palabra placer también puede sustituirse por rabia. O cualquier sinónimo de ambas emociones.

    Mason parece habérmelo dejado pasar esta vez. Sé que, si hay una siguiente, no va a besarme como lo está haciendo ahora mismo.

    Llevo una de mis manos a su nuca, y acaricio su pelo. Lo atraigo más hacia mí; tengo hambre. Y es que que me dijera que quería besarlo cuando estaba enfadada, me ha dado ganas de querer besarlo. Solo que no lo admitiría, y ha sido él el que se ha lanzado. Cosa que agradezco, porque después de lo cansada que he acabado el día, una dosis de dwindiotismo no viene mal. Hay algo en los labios de Mason que está en sincronía con todo mi cuerpo: me da lo que necesito. Aunque me esté besando con fuerza, e intensidad, lo hace de una manera lenta y profunda que me llena de calma hasta la raíz del pelo. Pelo que él revuelve con su mano, y baja hasta mi cuello, acariciándolo y me hace gemir, acercándome más a su boca en un agarre superficial.

    —¿No te estás arrepintiendo?

    Su voz es burlona.

    —No —Me sale contestar a media voz, casi dormida con el calor de su mano en mi garganta y sus labios sobre los míos.

    —¿Segura?

    —Segura.

    Abro los ojos cuando no vuelve a besarme, y lo veo verme con una sonrisa bailando en sus labios.

    —Entonces admites que conocerme no ha sido lo peor que te ha pasado.

    —Pero tampoco lo mejor, no te flipes.

    Me separo y vuelvo a acomodarme la mochila en mi hombro. Él sigue en la misma posición, inclinado sobre mi asiento. Deja un beso en mi hombro que casi no noto por la sudadera, pero lo hago, y me giro hacia él. Me da un beso casto en los labios y vuelve a su asiento. Suelta un suspiro.

    Mason Dwin, señores, el tío que te puede hacer querer tirarte de los pelos, de un octavo, o de un tren en marcha; es el mismo que te hace suspirar y preguntarte si realmente te merece la pena odiarlo con tanta pasión, en vez de usarla en otras cosas, como en comerle la boca, bajarle los pantalones y arañarle la espalda.  Un escalofrío me recorre al pensarlo. Ya no es un cuarto de mí el que ha aceptado que a lo mejor nos gusta Dwin, ha aumentado a un 22%.  Podría ser un 25, si tan solo no me hubiera hecho sentirme tan mal como lo ha hecho con su frasecita. "No tenías por qué venir". Será estúpido. ¿Acaso no se ha dado cuenta del tono con el que lo ha dicho? Me he sentido fatal, porque no quería incomodarlo, y a terminado haciéndome sentir incómoda a mí.

    —Duerme bien, Lantana.

    Jadeo. ¡Lantana! ¿Quién carajos es y por qué no para de decirme su nombre? Lo miro ofendida.

    —Me llamo Morgan, pesado.

    Tiene la cabeza apoyada en el asiento, y la sonrisa de sus labios se ensancha con mi molestia. Se lame los dientes y sigue sonriendo, haciendo que sus ojos se hagan más pequeños.

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