Capítulo Diecinueve

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CAPÍTULO DIECINUEVE

MORGAN

    Tengo que ganar.

    Mason puede gustarme mucho y he podido aceptar al 100% mis sentimientos, pero tengo que ganar. No puede superarme, no puedo estar el tiempo que me pide sin dedicarle aunque sea el más indefenso insulto, me niego. A ver, como poder, podría... Intentarlo.

    Pollock se ha hecho el interesante, y ha esperado hasta los últimos quince minutos de clase para hablar sobre el examen. Estoy tranquila: sé que lo hice bien, sé que mi examen estaba para un diez, no me doy por aludida por ciertos comentarios que dice, ni siento que me llame la atención en concreto por algunos fallos. Pero me muerdo las uñas, porque, por muy bien que yo lo haya hecho, conociendo a Mason, es capaz de haber sacado un 10,1. No es posible, pero él lo obtendría.

    —No sé cuántas veces voy a tener que pediros que no uséis bolis de distinta tinta en el mismo examen, es algo que se aprende en primaria, chicos. En general, estoy contento con el resultado, el porcentaje de aprobados a subido, y los que han suspendido no han tenido fallos tan garrafales como para querer sacarme los ojos—ríe—, aunque alguno que otro sí que ha habido—calla, ve las caras de nervios, y suspira, alzando las manos en señal de rendición—. Las tenéis ya colgadas, podéis mirarlas, tenéis cinco minutos, luego debatimos.

    Inmediatamente, todo el mundo empieza a murmurar, algunos gritan de felicidad, escucho varias quejas y jadeos, y luego siento algo tocar mi pierna, doy un brinco en el asiento.

    —No te asustes, Lantana, no soy tan feo—rio de manera nerviosa.

    Sí, estoy nerviosa. No me juego la vida, ni tampoco mi título o a mi perro, pero sí que me estoy jugando mi orgullo y dignidad. Yo me tomo las cosas muy en serio: si hacemos una apuesta, la cumplo, pero, si esa apuesta es con Mason, la cosa puede cambiar. Solo digo que me puedo ganar su favor y su perdón si no puedo controlarme. Nunca pensé que tuviera un poder de convicción tan fuerte, y quizás no lo tengo, pero Mason se ablanda ante cualquier carita de niña buena que le ponga, y yo lo sé, porque se lo noto. Y me encanta, para qué mentir.

    Está de cuclillas a mi lado, apoyando una mano en mi muslo para no caerse.

    —¿Las has mirado ya?

    Niega.

    —Quería verlas contigo—asiento—. ¿Preparada?

    Cojo aire, cierro los ojos. No es para tanto, Morgan, no dramatices.

    —Sí, venga—cojo mi móvil y agacho la cabeza para tenerla a su altura, y poder ver su pantalla también. Su apellido va antes que el mío, pero nos encontramos a la misma vez. Primero busco el mío, luego miro su nota—. No puede ser.

    Nos miramos, ambos con la boca abierta. La suya se eleva en una sonrisa, la mía se convierte en una mueca.

    —Lo sabía—dice, con retintín.

    —Serás capullo.

    —Hey, Lantana, desde ya no valen los insultos.

    —¡No es justo!—me quejo—Es solo una décima, eso y nada es lo mismo.

    —No es lo mismo un 9,9, que un 10.

    Lo fulmino con la mirada.

    —Es prácticamente lo mismo.

    —Pero no matemáticamente, así que, he ganado yo—me guiña un ojo mientras se levanta—. Pero te voy a tener piedad, y te voy a dar unos minutos para que te prepares. ¿Quieres darte cuerda antes de que tengas que tragarte tu veneno durante toda esta semana?

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