Siete|明子

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明子

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明子



Su cabeza empezaba a doler. Era como un martilleo detrás de la nuca, como si alguien le golpeara.

—Recuerdo... recuerdo muy poco...— respondió después de unos minutos al oficial—. Perdí la memoria... no recuerdo nada de cuando tenía cuatro años. Nada.

—Aki—el oficial se agachó hacia ella, haciendo que le encarara—.Tienes que recordar. Recuerda.

—Recuerdo, una voz.



La dulce voz de su madre tarareaba de forma angelical, como si recitara algún poema. Mientras ella mantenía los ojos cerrados, solo escuchando la melodía que complacía sus oídos, al mismo tiempo que su cabello era cepillado minuciosamente. El sentimiento que recorría su cuerpo era pacífico, la dulzura de su madre la bañaba aquella mañana con cariño. Sintió la pausa del movimiento del cepillo en su cabellera azabache.

Abrió sus ojos al dejar de escuchar la melodiosa voz de su madre y el movimiento que llevaba haciendo con el cepillo por siete minutos detenerse. Se encontró con ella misma frente al espejo de su habitación donde su madre la sentaba para que viera como quedaba, cosa que casi nunca hacía al estar disfrutando con los ojos cerrados su dulce canto. Sus ojos de color miel se toparon con los azul marino de su madre; sus labios se curvearon para crear una delicada sonrisa sin mostrar sus dientes, Aki se la devolvió con mucha más energía: habían terminado de cepillarla y su cabello había quedado reluciente.

— Te ves hermosa, amor—formuló acuclillándose a las espaldas de su hija, quedándose a la altura de su pequeña oreja. Sus ojos emitieron un brillo de felicidad en respuesta al verse completamente lista, vestida con un vestido de color blanco y pulcra de los pies a la cabeza, para ese día en específico—. Feliz cumpleaños.

— También te ves linda, mamá— pronunció la ahora niña de cinco años recién cumplidos. Si madre ensanchó su sonrisa, ordenándose cuidadosamente uno de sus mechones rubios.

— Anda, si queremos llegar a tiempo a casa de tu tía tenemos que irnos ya— su madre la tomó de la mano, dirigiéndola a la salida de su casa. El calorífico día les hizo sudar y caminar con desagrado hacia su destino. Aki golpeaba con la punta de sus tenis color beige las rocas que se encontraba, en un intento de conciliar el calor que tenía por todo su pequeño cuerpo. De vez en cuando volteaba a ver las personas con muy poco interés; a veces si se dignaba a mirarles la cara solo por el fetiche de saber como se veían, otras veces solo los veía de soslayo y los ignoraba por completo.

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