🔥 Capítulo 2

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Al salir del centro hospitalario, no pude sentirme más extrañada. Las enfermeras no daban crédito a lo que veían, decían que era imposible que pudiese mantenerme en pie, caminar y moverme sin problema. Me aseguraron que las personas que salían de un coma después de tantos años, necesitaban una rehabilitación que podía durar mucho tiempo, pero que, en mi caso, parecía que no la iba a tener que hacer.

Me dieron el alta esa misma tarde, aunque no me dejaron marchar hasta que me hicieron varias pruebas para comprobar cómo se encontraba mi organismo. Me dijeron que estaba todo tan perfecto, que daba miedo. A excepción de una radiografía que me hicieron de la caja torácica, ahí detectaron algo anormal, se había ensanchado.

—Bienvenida a casa, Gaia —dijo mi hermana abriendo la puerta de nuestro piso.

Audrey entró y se quedó esperándome a un lado de la entrada, sin embargo, el suelo no me daba la suficiente confianza como para caminar sobre él. Era de madera y tenía tablones levantados, e incluso resquebrajados.

No hacía falta que mi hermana me lo dijera, sabía que esa no era la casa en la que vivíamos hacía cinco años. ¿Se habían mudado? ¿Por qué lo hicieron? El departamento se veía en muy malas condiciones y temía reafirmarlo si me adentraba más.

Sin la intención de seguir perdiendo el tiempo, entré con cautela y me permití examinarlo todo a mi alrededor. Las paredes tenían manchas por la humedad y la pintura le daba un aspecto sucio a la estancia, parecía que se fueran a partir en cualquier momento. Me desplacé hacia el salón e hice un escaneo completo del lugar; era pequeño, con muebles desgastados y un televisor que dudé de su correcto funcionamiento. También había una alfombra descolorida y roída a pocos pasos de mí. No tenía ni idea de lo que pintaba ahí tirada.

—Mamá está en la cocina haciendo la cena —informó Audrey posicionándose a mi lado—. ¡Mamá! Mira quien ha venido.

Mi madre, Irie, no tardó en asomarse por la puerta, tenía el delantal manchado de tomate y el moño deshecho. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro cuando me vio y no pude evitar que mis ojos se empañaran por las lágrimas.

—¡Cariño! —gritó y extendió sus brazos hacia a mí.

No dudé ni un solo segundo en abalanzarme sobre ella. Sus manos presionaron mi espalda con tanta fuerza que me resultó reconfortante y la calidez que desprendía su cuerpo me envolvió por completo, haciéndome sentir protegida.

Me separé y la miré a la cara, notando como la agüilla salada se deslizaba por mis mejillas. Estaba preciosa con su cabello recogido y la radiante sonrisa que le creaba esos hoyuelos que tanto envidiaba. Irie y yo compartíamos casi los mismos rasgos, como el color de nuestros ojos. Audrey era la única en la familia que los tenía verdes.

—¿Cómo te encuentras? —interrogó con preocupación.

—Estoy genial.

A pesar de todo lo ocurrido, estar cerca de mi familia me hizo sentirme muchísimo mejor que cuando desperté en el hospital.

—¿Dónde está papá? —Lo busqué.

La expresión alegre de mi madre cayó en picado, lo que me puso alerta. Mi hermana tenía la vista pegada en el suelo, totalmente seria y con un aire de tristeza rodeándola. Irie bajó las manos hasta mis codos para darles un suave apretón y entonces supe que algo andaba mal.

—Nos hemos divorciado —contestó con pesar—. Desde el accidente, todo ha ido de mal en peor. Tuvimos que vender nuestra antigua casa para pagarte el tratamiento porque a los dos años nos quedamos sin dinero y... —Suspiró—. Nos ha abandonado, hija. Con el pretexto de que le hemos arruinado.

Corazón vagabundo: enjauladoWhere stories live. Discover now