🔥 Capítulo 8

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Nada más salir de las profundidades de la cueva, un amplio bosque de frondosos y gigantescos árboles con las cortezas recubiertas de musgo apareció ante mis ojos. No pude evitar aminorar la marcha, escaneando el lugar con un detenimiento que no hacía otra cosa que deleitarme; era majestuoso.

Todo estaba recubierto de verde, era el color que más abundaba. Las flores, de colores muy vivos y de especies desconocidas, resaltaban tanto que era imposible que pasaran desapercibidas. Las hojas de las copas de los árboles dejaban que la luz del sol pasase entre los huecos y lo iluminase todo a su paso. Nunca había visto un bosque tan vivo, se respiraba paz.

Los cánticos de los pájaros eran muy diferentes a los que acostumbraba a oír en Nueva York, podría escucharlos durante horas; tenían un tono más dulce, suave y melódico. Busqué por los alrededores a las criaturas que emitían aquel hermoso sonido, pero se escondían tan bien que no las encontré.

—No los escuches. —La voz de Rem me sacó de mi ensoñación—. Te perderán hasta que no seas capaz de encontrar el camino de vuelta.

Él ya se encontraba varios metros por delante de mí, parado al lado de una roca casi de su mismo tamaño y atándose de nuevo el cordón de su camisa.

—¿Qué son? —pregunté acercándome a él.

Perdikhiones —respondió y se puso de nuevo la capa—. Son como ratas voladoras, muy feas. Se mimetizan con el medio que las rodea.

—Pensé que eran algún tipo de pájaro bonito.

—Aquí nada es lo que parece, ten cuidado.

Retomó el rumbo, sorteando raíces que sobresalían del suelo, rocas y relieves mientras yo trataba de seguirle el paso. Él iba con una agilidad sorprendente, en cambio, yo era como un patito mareado. Andaba con lentitud, asegurándome de mirar bien por dónde pisaba y buscando las zonas más planas por las que avanzar con mayor facilidad.

Cuando quise darme cuenta Rem ya me sacaba bastante distancia, trepaba sin dificultad a lo alto de un desnivel que le sobrepasaba la cabeza. En cuanto llegó arriba y se giró para buscarme, su gesto se torció y un sonoro suspiro salió de sus adentros, lo que me decía que iba demasiado lenta para su gusto.

Yo estaba acostumbrada a caminar por asfalto y caminos rectos. Aquello era una odisea y más con las zapatillas de tela desgastada que llevaba puestas. Acabaría con los pies destrozados.

—¿Puedo saber a dónde vamos? —inquirí.

Me puse en el borde de una roca, la cual advertía del pequeño barranco bajo mis pies, y salté hacia la gruesa raíz que se alzaba desde las profundidades. El brinco que pegué no fue suficiente para poder alcanzarla a la perfección, no obstante, logré engancharme con los brazos.

—A Villa illecebra.

—No sé qué has dicho, pero vale —murmuré entre quejidos.

Me soplé el flequillo e hice el esfuerzo de impulsarme hacia arriba pasando una pierna por encima, sin éxito. Durante el coma perdí bastante masa muscular y no tenía casi fuerzas. Rem se percató de mis dificultades y no dudó en venir a socorrerme dando pequeños saltos de un lado a otro. ¿Cómo lo hacía? Yo a la mínima me hubiese escurrido con el musgo.

Una vez que estuvo cerca de mí, me tomó de la mano y tiró hasta subirme en la roca en la que se encontraba él. Sin más, se dio la vuelta y prosiguió con su camino, obligándome a hacer lo mismo.

Corazón vagabundo: enjauladoWhere stories live. Discover now