🔥 Capítulo 27

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Una corriente de aire frío me hizo despertar entre tiritones. Me froté los brazos para poder hacer llegar algo de calor a mi torrente sanguíneo y luego eché un vistazo a mi alrededor: Cal y Lana no habían regresado aún, y Mahína se encontraba durmiendo con la espalda tronchada sobre un pedrusco.

Al notar movimiento en mis muslos y escuchar un gruñido adolorido muy cerca de mí, mi pulso se alteró. Rem se estaba despertando. Sus ojos se abrieron, su ceño se frunció y su nariz se arrugó como la de un animal rabioso. El brillo dorado que mostraban sus iris me puso la carne de gallina. Tragué saliva.

«Oh, oh».

Quise salir corriendo cuando sacó a relucir sus colmillos, pero él fue más rápido. Se incorporó, me agarró de una oreja y tiró de ella hasta dejar nuestros rostros muy juntos. Grité más del susto que del dolor, sobresaltando a la Katpanu que dormitaba tranquila en aquella posición tan poco sana para su columna vertebral.

—¿Me has pegado con un puñetero tablón de madera? —inquirió con rudeza.

—No, lo has soñado —respondí y entonces tiró con más fuerza—. Vale, vale, vale. ¡Sí, lo he hecho!

Su imponente gruñido se fue haciendo cada vez más intenso y sus voraces colmillos iban adquiriendo mayor longitud y grosor. Tenía un gran problema: aquel no era Rem, era su dragón interior, estaba furioso y posiblemente hambriento. Debía hacerle volver en sí antes de que me arrancara la yugular de cuajo.

—¡S-s-s-s-salvaje! —chilló Mahína aterrorizada.

—¡He impedido que te mates! —aclaré con los nervios a flor de piel—. ¡Con un «de nada» bastaba!

Puse una de mis manos contra su pecho y la otra sobre la que apresaba mi oreja, intentando quitármele de encima. Rem pareció rendirse, por lo que me soltó y se levantó del suelo con una frustración y una molestia que no cabían en su ser. En cuanto se dirigió con firmeza hacia la salida de la mina, mi instinto protector se disparó.

«Por encima de mi cadáver».

Me puse en pie de un salto y corrí tras el mestizo hasta que le tuve a la distancia perfecta para engancharme a su espalda como si fuera un mono. Lo hice, aunque a él no le gustó mucho.

—¿¡Pero es que quieres que te abra en canal?! —vociferó la Katpanu, histérica.

No, no quería.

Pero tampoco quería que se matara.

—¡Suéltame! —ordenó Rem hecho una furia.

A pesar del miedo que le tenía, no obedecí. Me aferré con mucha más fuerza a su cuerpo, apretando su cuello entre mis brazos y su torso entre mis piernas. Un gemido ahogado salió de sus adentros con agonía y una sonrisilla traviesa se dibujó en mis labios.

«Victoria».

Rem se rio.

Y mi felicidad se desvaneció.

«Oh, oh».

Tras erguirse y llenar sus pulmones de aire, empezó a caminar con decisión hacia el precipicio por el que habíamos subido.

—¿Rem? —Mi voz salió temblorosa—. ¡Rem!

Dejé caer todo mi peso hacia atrás mientras tiraba de sus hombros para arrastrarle conmigo, en vano. Su dragón interior era demasiado fuerte y ya no era capaz de manejarle a mi antojo.

—¡Qué no!

—¡Estoy a nada de tirarte montaña abajo! —advirtió amenazante.

—¡Tírame y será lo último que hagas! —le recordé.

Corazón vagabundo: enjauladoWhere stories live. Discover now