🔥 Capítulo 32

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Llegamos a Ventus portus al atardecer.

Desde el castillo de proa podía verse la línea de atraque. A diferencia del puerto de Pinnatus, el muelle consistía en una fila de edificios altos con una especie de garaje en los últimos pisos. Me quedé petrificada con el paisaje que se abría paso más allá. Falco era una isla montañosa y sombría, sus viviendas de tonalidades grises estaban agrupadas como si fuesen las piezas de un Tetris mal hecho, el espacio de las calles era muy reducido y una espesa niebla rodeaba toda la isla.

Erein nos explicó que se trataba de una capa protectora que ocultaba Falco de toda criatura maligna que quisiera encontrarla. Solo los Piratas del aire sabían cómo atravesarla sin perderse dentro de aquel asfixiante laberinto. Nosotros tardamos menos de diez minutos en cruzar, pero a cualquier otro se le habrían encharcado los pulmones antes de dar con el camino correcto.

Las plataformas crujieron por el óxido y atraparon la quilla del navío cuando se cerraron. Desembarcamos en silencio y seguimos a Erein hacia la planta baja mientras que su tripulación se encargaba del cargamento. Conforme descendíamos por las resbaladizas escaleras de piedra, el Airanis de plumas rojas nos contó que aquel sitio era su trabajo y el hogar de su tripulación. El edificio era grande, constaba de cinco niveles y olía a humedad. Tenían un pequeño negocio en el que vendían la mercancía que adquiría en cielo abierto abajo del todo. Había comidas de todo tipo, desde las más apetecibles a las más asquerosas.

—Vigilad vuestras pertenencias, la gente de por aquí es muy dada a los actos vandálicos. Os los robarán en un pestañeo y sin que os deis cuenta —nos avisó Erein nada más salir del lugar—. Negaros a todo lo que os pidan, son muy bromistas y hay bromas que salen muy caras. —Alzó las cejas—. Falco es un refugio para toda criatura ilegal, pero también muy peligrosa si no os andáis con ojo. Ah, lo que me recuerda a que no deberíais perder de vista a esa Katpanu. Sus cuernos valen oro.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. A cada cosa nueva que averiguaba de aquella isla flotante, más cerca estaba de sucumbir a la histeria. Al menos, no era la única que caminaba con las piernas temblando. Lana miraba a todos lados, paranoica y pegando pequeños brincos al más mínimo ruido. Mahína seguía siendo un flan andante y observaba a toda criatura que paseaba por nuestros alrededores con los ojos llorosos.

Reconocí varias especies, pero la gran mayoría no recordaba haberlas visto antes, ni siquiera en los libros ilustrados que leía de pequeña. Eran monstruosas. Había desde horrendos lagartos bípedos y corpulentos con miles de dientes afilados, hasta estructuras humanoides de piel pálida, ojos y boca cosidos con cuerdas roñosas y de olor pestilente.

Tragué saliva.

—Oh, pequeñita... ¿Quieres ver algo muy bonito? —Un anciano encorvado con una capucha que le ocultaba todo el rostro a excepción de su estropeada boca, se acercó a Mahína—. Está dentro de esta caja, mira, mira... Verás que belleza...

Entreabrió la tapa de la caja y un brillo blanquecino emergió de su interior, atrayendo la curiosidad de la Katpanu. Quise intervenir, no obstante, aquel resplandor me hipnotizó tanto que fui incapaz de apartar la vista de él. Me acerqué sin poder detenerme.

—Br-brilla mucho —tartamudeó ella extendiendo la mano para tocarla.

Erein se entrometió. Agarró a Mahína por un cuerno y a mí por un brazo y nos alejó de aquel ser.

—Marchaos, Kuton —pidió el Airanis, logrando que el anciano borrase la sonrisa de su rostro y se esfumase como si fuese humo. Después se dirigió a nosotras con fastidio—. Primera cosa que digo no hagáis y primera cosa que hacéis. Sé de uno que se quedó sin cara por meter el hocico en la caja de ese tipo. Seguid y no os detengáis.

Corazón vagabundo: enjauladoWhere stories live. Discover now