🔥 Capítulo 34

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Rem no volvió a despertar.

La tortura del último ataque dejó a su corazón tan devastado que ya llevaba un día entero inconsciente. Me preocupaba que sus ojos no volvieran a abrirse y que los míos no pudieran disfrutar de nuevo del bonito dorado que los bañaba. Estaba aterrada.

Mi cabeza ni siquiera le prestaba atención a Calaham, quién me pedía que le echase un poco más de ungüento al muslo herido de la loba mientras sus manos le proyectaban magia para que le cicatrizase. A Lana no parecía agradarle el proceso, sus muecas de dolor eran muy evidentes y los gruñidos que soltaba se escuchaban por todo el salón.

—Por favor..., para —suplicó ella—. Llevamos así una eternidad.

En realidad solo habían pasado quince minutos, pero entendía que el dolor era insoportable.

—Esto es un proceso lento, ya lo sabes —comentó el Vator.

—Tú lo que quieres es hacerme sufrir a lo tonto.

—Tu odio hacia los Vatores es lo que te hace pensar así.

—Tengo mis motivos. Sois unos hijos de... ¡Eh! ¡Qué duele!

La loba pegó un brinco e hizo el ademán de apartarle la pierna, no obstante, mis reflejos se lo impidieron a tiempo. Cal la reprendió con la mirada.

—Si me hubieses hecho caso desde un principio, ahora mismo no estarías así —le dijo él—. Piensa en cosas bonitas, se te hará más ameno.

—¿Sabes lo que es bonito para mí? —Se llevó las manos a la nuca y se acomodó como si estas fueran una almohada—. Vuestro escuadrón extinguido.

Lana cerró los párpados y nos mostró una sonrisa de oreja a oreja, saboreando gustosa la fantasía en sus palabras. Calaham rodó los ojos con una graciosa exasperación y me susurró un sarcástico «qué miedo» que me arrancó una carcajada muda.

Esa forma que tenían de burlarse el uno del otro me hacía especial gracia. Lana odiaba a ese Vator con toda su alma y no tenía ningún reparto en hacérselo saber, pero Cal prefería hacerla de rabiar no cayendo en sus provocaciones. Ella había empezado una guerra que su enemigo no quería ganar y eso le fastidiaba.

Aprovechando que volvía a estar con los sentidos puestos en mi labor, Calaham me pidió que le untase más del remedio que habíamos preparado. Así que tomé un poco del cuenco con la cuchara de madera y lo extendí con cuidado por la herida de la loba.

Un pinchazo le atravesó el muslo y esta vez no pude hacer nada para impedir que se moviera: se incorporó de golpe, me arrebató el recipiente y se lo tiró al Vator a la cabeza, pringándole el cabello y la barba con el ungüento.

—¡Ten más cuidado, me has hecho daño! —vociferó Lana—. El peor curandero de la historia, joder...

—Cálmate, sigue soñando con exterminar a los Vatores —pronunció Cal con una serenidad sorprendente—. Total, es el único lugar donde lo lograrás. En tus sueños.

Lana extendió la palma de su mano en mi dirección mientras fulminaba al Vator en silencio.

—Gaia, recoge el puñetero cuenco y dámelo.

—No, volverás a tirárselo —me negué, ganándome un gruñido y una mirada asesina. Carraspeé con la garganta y traté de desviar su atención—: ¿Qué es exactamente lo que te pasó con los Vatores?

La loba se acomodó de nuevo en su asiento sin decir nada y miró a Calaham con los ojos llorosos y una mueca de asco plantada en los labios, como si le culpara de lo que le ocurrió en el pasado. Él, lejos de molestarse por la acusación que le bailaba en las pupilas, decidió escucharla.

Corazón vagabundo: enjauladoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن