🔥 Capítulo 35

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Habían pasado cuatro días desde que Erein hizo volar a Palomina con nuestra petición de ayuda y la tensión que se respiraba en el ambiente iba en aumento. La situación de Rem era preocupante, sus ataques eran cada vez más fuertes y frecuentes.

No resistiría mucho más.

—Mañana recibiremos noticias de Bonanza —nos recordó el Airanis con la intención de subirnos el ánimo—. Todo irá bien, nos ayudarán.

El temblor en aquellas últimas palabras no pasó desapercibido.

—¿Estás seguro? —indagó Calaham mientras tallaba algo con la navaja en un trocito de madera—. Algo no anda bien en Bonanza y lo sabes desde hace tiempo.

La tranquilidad de sus movimientos y de su forma de hablar era peligrosa.

—¿Qué quieres decir?

—Hace años que no supervisan vuestros intercambios, eso dijiste.

—Cierto es.

—¿Os dejan desprotegidos y no te parece raro?

La mesa quedó en silencio y a más de uno se nos quitaron las ganas de desayunar. Agradecía la ausencia de Rem en ese momento, no sabía cómo le podría afectar esa información. Habíamos pasado de tener esperanza a no tener nada.

Lana se aclaró la garganta algo incómoda y Mahína fingió no prestar atención picoteando las migas del bizcocho que habían caído en su vestido. Parecía que no le importaba en lo más mínimo el destino del mestizo, pero sabía que llevaba tiempo dudando sobre su lealtad hacia los Eternos. Calaham miró al muchacho con dureza, quien se puso rígido al comprender su razonamiento.

—Nos ayudarán —sentenció—. Estoy seguro.

Unos golpes en la entrada de casa obligaron a Erein a retirarse. En cuanto abrió la puerta, la mujer serpiente que se encontraba al otro lado reclamó al Airanis para tener una conversación privada y nos lanzó una mirada amenazante.

No me daba buena espina.

—Me necesitan en el puerto —nos avisó Erein—. Enseguida vuelvo.

Ni siquiera nos dio tiempo a responderle, cerró la puerta como alma que lleva el diablo y desapareció. Miré a Cal para ver si teníamos la misma sensación, pero él estaba concentrado en su maderita. Fruncí el ceño.

Tal vez estuviese precipitándome. Además, Mahína podía leer la mente, nos habría avisado si corriésemos algún peligro, ¿no? Era la más miedosa de todos, al fin y al cabo, no iba a permanecer en un lugar sabiendo que podría morir.

—Lana, ve mentalizándote para la última sesión —le avisó el Vator.

La loba gruñó con fastidio y le escupió los huesos de unas cerezas que se estaba comiendo a Mahína, los cuales pasaron al ras de mi cara antes de estrellarse contra la cabeza de la Katpanu. La mujer con apariencia de cabra se enervó, se puso de pie sobre la silla y buscó la forma de saltarme para llegar hacia su objetivo. En un intento de evitar la tragedia, me aferré a su cintura y ambas caímos al suelo.

Lana carcajeaba y le tiraba más huesitos a Mahína, quien no dudó ni un solo instante en pegarle una coz a una de las patas del asiento de la rubia. La silla se rompió y su enemiga acabó tirada en el suelo muy furiosa.

—¡Estás muerta, alfombra patuda! —vociferó ella.

Antes de que pudiera levantarse y abalanzarse sobre la Katpanu, el padre de Rem hizo uso de sus habilidades mágicas para detener sus intenciones. Lana gritaba que la dejara en paz y Mahína aprovechó para refugiarse detrás de mí.

Corazón vagabundo: enjauladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora