🔥 Capítulo 11

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—¿Qué hacemos? —le pregunté en un hilo de voz apenas audible, caminando marcha atrás con lentitud en un intento de escapar sin que nos vieran.

Rem me frenó, se puso la capucha de su capa y agachó la cabeza para que la tela ocultara su rostro. Aquella acción me indicó lo que pretendía hacer y no me hizo ni pizca de gracia. Quería cruzar así, solo con el consuelo de su vestuario para esconderse, y eso iba a ser muy arriesgado.

—Sigue caminando como si nada —ordenó con dificultad.

El agotamiento que presentaba su cuerpo se hacía más notable a cada segundo que pasaba y esa era la única razón que me animó a continuar con el plan, por muy suicida que fuese. Respiré hondo, armándome de valor y, tras reforzar el agarre que tenía sobre el chico, comencé a andar hacia el interior del poblado.

Según íbamos avanzando por las estrechas calles de piedra, captábamos la atención de los habitantes que estaban fuera de sus hogares, ya fuese socializando o comercializando en el pequeño mercado que había a nuestra izquierda. Nos miraban mucho y con caras de extrañeza, lo que lograba ponerme muy nerviosa, hasta tal punto de ir andando a trompicones; no paraba de tropezarme con mis propios pies o con las piedrecillas que asfaltaban el sendero.

—Nos están mirando —susurré.

—Te miran a ti —corrigió—. Para ellos, tu ropa es rara.

No sabía si preocuparme por ello o dejarlo estar; opté por ignorar las miradas de aquellas criaturas y proseguir con nuestro camino. Al llegar a un tramo de escaleras que se alargaba por unos metros, el mundo se me vino encima. Si ya me estaba costando arrastrarlo por terreno plano, no me quería ni imaginar lo que me iba a costar hacer que subiera los escalones.

El primer peldaño ya se nos resistía, no era capaz de levantar parte de su cuerpo para que sus piernas hicieran la función que les correspondía. Sin embargo, él sacó las pocas fuerzas que le quedaban y me ayudó a avanzar.

A Rem le estaba resultando un infierno levantar las piernas y subir al siguiente escalón, a aquel paso no llegaríamos a ninguna parte. Miré hacia el suelo y vi cómo unas gotas de sangre caían sobre la piedra. Arrugué el entrecejo y desvié la mirada hacia el chico moribundo, comprobando así que le seguía sangrando la nariz cada vez más, así que dejé de andar para darle tiempo a recuperarse.

—No tienes muy buena pinta...

—No te pares —gruñó entre dientes.

Asentí no muy convencida y continué subiendo. Tenía razón en que no podíamos pararnos, correríamos el riesgo de que alguien le reconociera o que decidiera acercarse para asegurarse de su identidad, pero no me gustaba que se esforzara tanto. Tampoco sabía si su agotamiento por utilizar ese tipo de poderes podría llegar a causarle la muerte. Aquella incertidumbre me mataba por dentro.

Después de unos cuantos minutos, conseguimos llegar a la cima. Solté un suspiro de alivio y alcé la vista para no chocarme con nadie que viniera de frente. No obstante, cuando lo hice, me topé con una de esas criaturas con apariencia de toro a pocos pasos de nosotros.

El minotauro nos observaba con confusión y preocupación. La boca se me secó al ver su desarrollada musculatura y los firmes y puntiagudos cuernos de su cabeza; aquel ser podría tumbarme de un puñetazo. Iba vestido con unos pantalones holgados de un marrón claro, el torso lo tenía al descubierto y cubierto de pelo. Al igual que los Katpanus, nuestras manos eran iguales y tenía pezuñas en lugar de pies.

—¿Necesitáis ayuda? —preguntó con una voz tan grave que me puso la carne de gallina.

El hombre toro se aproximó con decisión, haciendo que el anillo que tenía en su nariz se tambalease a cada paso que daba. Negué con la cabeza, aterrada.

Corazón vagabundo: enjauladoWhere stories live. Discover now